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MADUREZ, DIVINO TESORO

MADUREZ, DIVINO TESORO

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Discrepo de los nostálgicos emparentados generacionalmente conmigo, que añoran la juventud huida de las manos como tesoro divino que fue, sin percibir que tienen con ellos el vellocino de oro de la madurez, tras haber pasado el calvario juvenil, donde solo el vigor gratifica la existencia.

Etapa joven inestable, turbulenta, conflictiva, insegura y agitada, que hace del aprendizaje, pesadilla; de los errores, costumbre; de la ignorancia, cretinez; de la aventura, afición; y de la pujanza, soberbia; sin percibir la coetaneidad excluyente de diferencias temporales, permitiendo al azar abrir rendijas en el muro de la edad cuando el infortunio juega al escondite con la antojadiza parca.

La mala digestión de los codiciados ritos iniciáticos provoca vómitos emocionales juveniles que la madurez ha superado. Las contradictorias propuestas de familiares a los deseos personales y complicidades amistosas deslizan el inestable futuro de la juventud por el filo de la navaja que divide la realidad y el deseo.

Madurez estable enfrentada a las turbulencias y desajustes juveniles. Armonía interior frente a vulnerabilidad adolescente. Seguridad profesional frente a la incertidumbre laboral de los principiantes. Consolidación afectiva, frente a inestabilidad emocional de los amores alternativos. Firmes decisiones frente a inestables criterios sin firme asidero. Y predicciones futuribles frente a hipótesis volanderas.

La madurez aporta conciencia interior y percepción exterior, inalcanzable en la juventud por su déficit experiencial, escasa prudencia y menguada sabiduría, propia de quien camina a sobresaltos con andaderas inestables hacia la paciencia, estabilidad, constancia, reflexión, tolerancia, coherencia, pericia, templanza, experiencia y personalidad propia de la madurez.

EL VERDADERO DÉFICIT

EL VERDADERO DÉFICIT

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Cuando los mandamases políticos y financieros hablan de déficit, se refieren al descubierto contable que resulta de comparar el debe y el haber, lo que en Administración Pública representa una falta de liquidez económica en las cuentas del Estado, porque los administradores del dinero común se gastan más euros de los que les damos, con su mala gestión, despilfarro, ignorancia y corrupción.

Pero hay otros déficits más importantes que el económico, ignorados en una sociedad insolidaridad, cínica y consumista, dominada por la doctrina del “¡Sálvese quien pueda!”, donde los remeros quedan al pairo tras el naufragio con las velas de la esperanza tendidas y largas las escotas de la resignación, mientras los capitanes y contramaestres ocupan todos los botes salvavidas.

La verdadera crisis por la que estamos pasando no es económica, como pretenden hacernos creer, sino de valores humanos, provocada por el abandono de comportamientos éticos, que han llevado a indeseables corruptelas administrativas, abusivas especulaciones financieras, excesivas mentiras y duras represiones justificadas con una legalidad injusta, hecha a gusto de los represores.

Hoy día existe un gran déficit de solidaridad que muerde las entrañas, porque la generosidad no cotiza en bolsa, domina el miedo, la honestidad brilla por su ausencia, el sacrificio está mal repartido, los esfuerzos son desequilibrados, la justicia social está en almoneda, el cinismo institucional domina las tribunas y la empatía se ha borrado del diccionario social.

DÉFICITS PARA SALVAR EL DÉFICIT

DÉFICITS PARA SALVAR EL DÉFICIT

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Preocupa a los políticos de todos los colores que nuestro déficit público esté por encima del 7 % del Producto Interior Bruto, lo que representa unos 73.000 millones de euros que se están pretendiendo enjugar aumentando otros déficits vitales más importantes que el de las macrocuentas del Estado, con grave deterioro de la convivencia social y el bienestar ciudadano.

No es bueno para el país reducir el déficit económico aumentando el déficit juvenil que expulsa del país a nuestros jóvenes, porque en ellos está el futuro que ahora desprecian quienes cierran con el cemento armado de su cara dura la salida del túnel, mostrando una irresponsabilidad histórica que merece la condenación a eterna a galeras.

No es bueno para el país reducir el déficit público transformando en morgues los hospitales, abriendo escuelas en barracones, dotando los juzgados con lapiceros sin punta o poniendo esterillas en el suelo para los discapacitados, sino persiguiendo el fraude fiscal, anulando la Sicav, evitando los refugios de pisos vacíos, devolviendo las autonomías uniprovinciales a su lugar de origen, eliminando senadores, reduciendo miles de concejales y suprimiendo las subvenciones a partidos, patronal, sindicatos y fundaciones.

Con eso bastaría para superar todos los déficits económicos imaginables, pero no se hace nada en esa dirección, pudiendo hacerlo todo, lo cual obliga a pensar en segundas intenciones ocultas a los ciudadanos que están pagando las cuentas de los platos rotos por quienes sonríen en la cubierta de los barcos con una piña colada en la mano, mientras en la bodega sudan sangre los inocentes remeros.

VALENCIANO Y COSPEDAL

VALENCIANO Y COSPEDAL

Se debate hoy en el Congreso, – con inusitada urgencia -, la reforma constitucional que pondrá límite al déficit público, sin que los españoles hayamos recibido explicaciones convincentes ni se hayan arbitrado otras medidas que reducirían los gastos del Estado a la mínima expresión, respetando a los más desfavorecidos. Sí, porque serán éstos los sufridores de los recortes sociales que se avecinan, por mucho que el candidato socialista se empeñe en proclamar a los cuatro vientos, – cruzando los dedos  -,  que el Estado del bienestar se mantendrá intocable poniendo ese techo al despilfarro.

Al hilo del teatral debate que tendrá lugar en la Cámara, la socialista Elena Valenciano, Diputada en Cortes Generales de España y coordinadora de campaña de Rubalcaba, justifica el escamoteo de la consulta popular afirmando que necesitamos pertrecharnos con esa medida para salvarnos del hundimiento y que “como es urgente la reforma, el referéndum no cabe”. ¡Toma ya!

¿A qué se debe la urgencia, señora? ¿Cómo justificar un cambio constitucional con esta premura? ¿Por qué se modifica la Constitución  a espaldas del pueblo? ¿Qué ha sucedido en los últimos días para obligarnos a abrir un melón tan delicado? ¿No sería más sencillo comenzar diciendo que los apretones de Merkel han provocado el “reformazo” y que  Trichet nos ha impuesto el cambio? ¿Por qué los socialistas siguen empeñados en vernos con pantalones cortos? ¿Cuándo se darán cuenta los dirigentes de ambos partidos que somos un pueblo maduro, despierto e inteligente, al que no lograrán engañar con subterfugios, ocultaciones, engaños y procedimientos antirreglamentarios, por mucho que se empeñen en ello?

Por otro lado, la exsenadora en Cortes Generales de España y pluriempleada María Dolores, actualmente Presidenta de la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, Secretaria General del Partido Popular, Presidenta del Partido popular de Castilla -La Mancha y Diputada en las Cortes de Castilla-La Mancha, conocida por disfrutar dos sueldos, dos indemnizaciones y un complemento que le permiten llevarse mensualmente más de 25.000 euros de vellón, sin contar los privilegios adicionales, las dietas y otras cosas menores, por hacer lo que hace.

Pues bien, esta listísima ciudadana justifica, – o mejor, no justifica -, la reforma constitucional por tratarse de algo que “comprenden todas las familias españolas porque no se pueda gastar más de lo que se tiene”.

Razonamiento perfecto si no fuera porque se queda a medias, ocultando una segunda verdad que desacredita sus palabras. Efectivamente, toda familia comprende que no puede gastar más de lo que gana si quiere evitarse problemas, pero es más cierto que si el padre se nutre en restaurantes de quince tenedores mientras el resto de la familia no come o se alimenta con patatas hervidas, es probable que se rebelen contra él. Si es la madre quien viaja en coche de lujo mientras los demás caminan con zapatillas de esparto, probablemente incendiarían el coche. O si el hijo despilfarra en juergas, cruceros y orgías el dinero de sus padres, mientras éstos van pidiendo por las esquinas, fácilmente lo echarían de casa.

 No quiero hacer demagogia barata diciendo que con las decenas de miles de euros que se lleva mensualmente Cospedal de las arcas públicas viven muchas, pero que muchas, familias al mes. Pero sí afirmo que reduciendo los sueldos de los políticos, eliminando las dietas, suprimiendo los coches oficiales, reduciendo los guardaespaldas,  anulando las tarjetas de oro, descartando las pensiones vitalicias, erradicando la corrupción política, obligando a devolver a los Ayuntamientos el dinero robado, evitando gastos multimillonarios en aeropuertos inútiles, reunificando ministerios, liquidando las subvenciones a partidos y sindicatos, disminuyendo el número de asesores y acabando con los chupópteros, la cosa iría mucho mejor.

Y si a esto se añade la erradicación del fraude fiscal, el aumento de tasas impositivas a los que no saben qué hacer con el dinero, la reduciendo el gasto militar y la eliminación de exenciones a loterías, premios, sorteos y apuestas, entre otras muchas cosas, quedaría resuelto el problema.

¿Por qué no se hace cuanto aquí se dice, si con ello no habría déficit, ni sería necesario modificar la Constitución, ni peligraría el Estado del bienestar?

Habría que preguntárselo a las señoras Valenciano y Cospedal, sabiendo que nos hablarían de la pesca del cangrejo en los cerros de Úbeda o de la veda de mariposas en la Antártida.

DÉFICIT, CONSTITUCIÓN Y TRAMPA

DÉFICIT, CONSTITUCIÓN Y TRAMPA

Según ha informado Zapatero ayer en el Congreso, la Constitución va a ser reformada para establecer un techo de gasto público, o si se prefiere, poner límite al déficit.

Hasta aquí todo bien si no fuera por el alarmismo que ha desatado siempre cualquier propuesta de modificar la Carta Magna. No es de recibo un cambio constitucional sin debate previo. Guardaríamos silencio si se nos consultara en referéndum. Nadie protestaría si la modificación estuviera justificada. Hecho el daño, los ciudadanos acudiremos masivamente a las farmacias en busca de tranquimazín porque seremos – una vez más – los sufridores de tal decisión. El pueblo comprará millones de pañuelos blancos para despedir el Estado del bienestar. Y los “indignados” tendrá que añadir nuevas reivindicaciones a sus pancartas.

Parece claro que España camina por las gráficas económicas con un gran déficit a cuestas que conviene embridar porque se han ido de la mano los gastos del Estado, de las Comunidades autónomas y de los Ayuntamientos, sin compensar el despilfarro con monedas de los ricos en la hucha impositora nacional.

Compartimos que urge reparación de la situación financiera, poniendo en la misma horizontal el platillo de gastos y el de ingresos para equilibrar la balanza, pero discrepamos en la forma de hacerlo, porque el Gobierno se ha parapetado en las palmadas europeas para llevarse por delante los intereses y el bienestar de la mayoría de ciudadanos.

En esto se diferencia la gestión macroeconómica de la economía doméstica, que cuando hay que ahorrar y sacrificarse son los padres quienes se ajustan el cinturón, protegiendo a los hijos indefensos de la crisis familiar, por grave que ésta sea.

Cuando el desequilibrio económico en un país es moderado, los gobernantes intentan corregirlo pidiendo dinero prestado, vendiendo el patrimonio común y privatizando las empresas más rentables.

Pero estamos en la UVI y el Gobierno intenta corregir el déficit público, disminuyendo sueldo a los funcionarios, congelando las pensiones, reduciendo la inversión en infraestructuras, endureciendo las condiciones de jubilación, eliminando la retroactividad de ayudas a la dependencia, abaratando las recetas médicas y suprimiendo el cheque bebé, entre otras cosas.

En cambio, se mantiene el gasto militar, los reducidos impuestos a las rentas altas, el fraude fiscal y los beneficios del capital en las transacciones financieras.

Seguiremos parasitados por inútiles senadores; soportaremos pensiones vitalicias de los reformadores constitucionales; pagaremos excesivos sueldos a concejales y alcaldes; soportaremos impotentes la corrupción política; sufragaremos innecesarios coches oficiales; financiaremos tarjetas Visa a chupópteros avispados; sustentaremos el nepotismo y el amiguismo en las Instituciones; pagaremos sueldos a los asesores de la nada; alimentaremos excesivas familias diplomáticas en las Embajadas; costearemos miles de liberados sindicales y políticos; subvencionaremos fundaciones opacas; mantendremos los excesos autonómicos; y seremos apaleados por los policías que pagamos con nuestros impuestos, cuando pidamos mayor justicia social, menos despilfarro institucional y honestidad política.

¿CULPABLES?

¿CULPABLES?

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Cobra fuerza la teoría de que son “culpables” los chinos de la crisis económica que estamos padeciendo en el mundo occidental, y tal vez sea verdad. No porque los chinos sean culpables de nada, sino por la lección de economía y  trabajo que la dictadura del proletariado está dando a las democracias occidentales.

Todo viene de la persistencia en el tiempo de bajos intereses  bancarios, provocándose con ello desmedidas inversiones empresariales en construcciones a granel y concesiones masivas de créditos hipotecarios a los ciudadanos para comprar chaletes, bemeuves, cruceiros, tomtones, ipades, aifones y tuveplasmas, sin el debido control por parte de nadie, entre otras cosas porque no fue posible hacerlo ya que los chinos impedían la subida de intereses comprando deuda americana.

Es decir: superinversión + hipotecas basura y complementos = crisis de 2008.

La historia es que el enorme déficit público de los Estados Unidos obligó a este país a emitir deuda pública a elevado interés que fue adquirida en su mayoría por Hu Jintao, al tiempo que maridaba el yuan con el dólar hasta la muerte, para favorecer las exportaciones chinas.

Si a esto añadimos que los chinos trabajan como chinos, no como los occidentales; que tienen sueldos chinos, no occidentales; que los productos que fabrican y venden son chinos, no importados; que las grandes multinacionales exponen con orgullo el “made in China” en sus productos; y que todo el dinero que ganan los chinos lo ingresan en bancos chinos, es fácil comprender que cualquier día compren el mundo con los tres billones de dólares que tienen en divisas extranjeras, ganadas una a una con su esfuerzo mientras nosotros llamamos a restaurantes chinos para reservar mesa y acudimos a las nueve de la tarde los domingos a bazares chinos para comprar un sacapuntas.