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Etiqueta: costumbre

NO SE HAN BORRADO LAS FECHAS

NO SE HAN BORRADO LAS FECHAS

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A Manolo, compartiendo su doliente viudedad.

Titubea la llama de los cirios en el espacio que dejó la pupila enamorada de Ana María sobre las espadañas, tocando a muerta las campanas sin dar tiempo a la despedida, porque el antojadizo infortunio anticipó la separación con previo aviso imprevisible en las agujas del reloj, goteando lágrimas desconsoladas en la semilla fértil del amor y la ternura, ya irrecuperables en el destierro de la luz.

El silencio abandona su paradero para descender al luto de los brazaletes y solapas, y el ángel de las bodegas cotidianas olvidó acudir puntual a las copas de sobremesa, requerido por la pena de un adiós irremediable, sin encontrar consuelo en las amistosas cepas compartidas durante décadas con lisura de sonrisa y desenfadado humor filial.

Hoy vierten los capilares de la memoria un aliento húmedo que impide al milagro de la resurrección recuperar el himno que la sombra de la oblada custodia con invisible celo, entre rosarios terminales y reliquias adormecidas sobre las almohadas familiares.

Más tarde, la ausencia se hará costumbre sin más requerimiento, ni posible retorno, ni propuesta de salvación. Se aceptará el luto con resignación inevitable. Y un rosario interminable de sinembargos apadrinarán los nuevos desposorios del viudo con los hijos que comparten el dolor, mientras el crucifijo devuelve la esperanza en futuro encuentro con la mujer que anticipó su viaje, convencida del reencuentro feliz con quien gozó de la vida, compartiendo promesas de resurrección.

ADIÓS, MATRIMONIO, ADIÓS

ADIÓS, MATRIMONIO, ADIÓS

Unknown

Los académicos que limpian, fijan y dan esplendor a nuestra lengua, se empeñan en mantener que el matrimonio es la unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales. Y el catolicismo convierte el matrimonio en sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan – ¡perpetuamente!- con arreglo a las prescripciones eclesiásticas.

Obligados a aceptar esta situación por órdenes directas del diccionario y la católica iglesia, debemos admitir que el matrimonio poco tiene que ver con el amor, al tratarse de un invento humano basado simplemente en un contrato que puede extinguirse por voluntad de los contrayentes, urdido sin más finalidad que higienizar socialmente la situación de la pareja y su prole.

Cuando el acuerdo se aleja del afecto amoroso, la vinculación se convierte en atadura y el compromiso en jaula impermeabilizada, entonces el contrato matrimonial no debe imponer continuidad perpetua a la pareja, por muchas bendiciones que haya recibido ante el altar o conciertos hayan firmado los protagonistas.

Cuando el amor sale por la ventana, la ilusión ha perdido el brillo en las pupilas y el reflejo de cada miembro de la pareja se ha marchitado esperando una reconquista imposible porque el cariño ha olvidado su paradero, el matrimonio ha de aceptar su derrota por K.O. técnico debido al oppercut propinado por el desamor.

Cuando los contratantes no están dispuestos a recrear el pacto cada día afianzando el concordato al futuro, todo está irremediablemente perdido en el torbellino de la infelicidad sin posibilidad de rescate, porque en el matrimonio no todo condimento es orégano aromatizado de felicidad, ni todo tiempo es orgasmo.

Cuando la rutina asoma por la alcoba, el tedio se abre espacio en el hogar, el aburrimiento se hace costumbre, la imaginación reseca la esperanza y el dolor se reparte sin compartirse, entonces el amor huye dejando pelos en la gatera y la redención se aleja camino de la nada, con los malos recuerdos a cuestas, haciendo imposible la resurrección.