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PUNTOS SOCIALES CARDINALES

PUNTOS SOCIALES CARDINALES

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Para salir del barrizal donde nos encontramos, urge cambiar los límites morales de España poniendo al Norte la honradez, que nos salvará de la corrupción; al Sur, la competencia que evitará los errores; al Este, la solidaridad, que promoverá la convivencia; y al Oeste, la vocación de servicio de los cargos públicos que dirigen el país por voluntad del pueblo, que paga sus salarios, dietas y privilegios.

Con la ética por bandera, será fácil poner la sanidad, la educación, la justicia y la dependencia en el lugar que les corresponde. La primera, nos dará la salud necesaria para tener el bienestar que merecemos; la educación será escoba intelectual para barrer las mentiras oficiales; la justicia espantará la impunidad de los pecadores sociales; y las ayudas a la dependencia harán más feliz la vida de los infelices.

Pero mientras haya ciudadanos aplaudiendo a futbolistas defraudadores a las puertas de los juzgados; mientras continúen los vítores a tonadilleras encarcelas; y mientras se mantengan las audiencias a salvadores programas telebasura, estaremos cada día más lejos de la limpieza mental que necesita este país para acometer con éxito la pureza moral.

ENSEÑAR A APRENDER

ENSEÑAR A APRENDER

enseñar

Me expresa un amigo abogado el disgusto que tiene al no conseguir que su hijo mejore las notas escolares, a pesar de los esfuerzos que él hace a diario ayudándole en casa y estudiándose previamente las lecciones de Física  que luego le explica al muchacho, vaya usted a saber cómo.

Tres cosas le advertí afectuosamente, que reproduzco aquí por si algún lector pasa por el mismo trance de este amigo. En primer lugar, le aconsejé superar la obsesión por las notas, algo comprensiblemente incomprensible para los padres, en una sociedad montada sobre la competencia académica, donde las notas cobran un desmedido valor que no merecen, una importancia de la que carecen y un mérito que no tienen.

En segundo lugar, conviene aclarar algo tan simple como que enseñar no es lo mismo que aprender. De la misma forma que no es igual comprar que vender,  pues no siempre que se muestra un producto al cliente, este lo compra, aunque las posibilidades de venta aumentan proporcionalmente a la capacidad del vendedor.

Todo el mundo puede intentar enseñar algo pero no todas las personas están capacitadas enseñarlo, consiguiendo que el aprendiz incorpore significativamente los conocimientos a su estructura cognitiva. Para enseñar se necesita tener un oficio que es ajeno a quienes ignoran algo tan elemental, porque la «letra con castigo y sangre no entra».

Finalmente, en tercer lugar, es hora de hacer un espacio en la enseñanza no universitaria, a los contenidos procedimentales y actitudinales, olvidando el tradicional enciclopedismo conceptual que demandan los ignorantes educativos, para dedicar más esfuerzos a enseñar a pensar y aprender con autonomía a los jóvenes, si queremos garantizarles un futuro de éxito en metas superiores, estimulando capacidades de aprendizaje autónomo para que puedan cabalgar por sí solos en el maravilloso mundo de los conocimientos.

JEFECILLOS

JEFECILLOS

Todavía algunos desprecian la importancia que tiene en todas las organizaciones humanas, la persona que golpea la voluntad de sus subordinados con el bastón de mando. Esto tan obvio, es negado por quienes se empeñan en mantener que lo fundamental son las mimbres, sin darse cuenta que éstas no saben hacer los cestos.

No sé de ningún aparato automecánico que funcione si un motor no activa su movimiento. Ni he montado en vagones, por lujosos que sean, que circulen si una locomotora no tira de ellos. Esto ocurre en nuestra vida social, política, empresarial y doméstica, incluso. Cualquier organización humana será lo que quiera su jefe que sea y llegará donde la inercia la lleve si el responsable no hace nada para evitarlo.

En las organizaciones políticas, a los jefes acostumbran a llamarse líderes; en las entidades bancarias, presidentes; en los hospitales, gerentes; en los centros educativos, directores; y en las pequeñas empresas, simplemente, eso, jefes. Conociendo como conozco a ciertos líderes, presidentes, gerentes, directores y jefes, no me extraña que las organizaciones y departamentos que dirigen anden manga por hombro y que sucedan en ellas las cosas que suceden.

El jefe impregna la organización con sus propios valores. Pero si carece de ellos, se irá devaluando lenta y progresivamente hasta convertirse en un erial. No puede exigirse aquello que no se da. Bueno, perdonad, exigirse sí, pero será difícil obtener lo demandado. Tened en cuenta que nadie puede dar lo que no tiene y algunos jefes tienen poco que dar. Sin pretender que esto sirva de consuelo a quienes sufren la espuela de un jefecillo, deben saber que su caso no es excepcional, sino todo lo contrario. ¿Qué servicio médico, por ejemplo, tiene reconocido prestigio? El que está bien regido y en manos de facultativos con indudable competencia profesional.

Y no basta con que el jefe sea el más enterado en la materia de su competencia, eso bastaría si trabajara solo en una celda. Ha de ser un buen gestor, tener facilidad para las relaciones, buena comunicación, ser emocionalmente inteligente, capaz de conformar un grupo de trabajo eficaz, saber rentabilizar las habilidades de cada subordinado en beneficio del proyecto común y tener las cualidades personales de un líder natural. ¿Es este el caso de tu jefe, amigo? ¿No? Pues a sufrir la frustración de tenerlo encima de ti el tiempo que permanezca en el cargo, que puede ser hasta la eternidad profesional. En tal caso, no te librarás de recibir órdenes absurdas, abusos de autoridad para encubrir su incompetencia y propuestas de trabajo que degradarán tu inteligencia. No obstante, si un día te pide que recojas agua con una criba, mándalo a la mierda.

A pesar de todo, debes saber que el déspota incompetente no queda exento de culpa y pena, porque el día que le piquen el billete, recibira muecas en vez de sonrisas y el teléfono dejará de sonar, recordándole la miseria de su reinado.

Este es el drama que está viviendo un personaje que fue todopoderoso en el departamento que gobernaba, al abandonar su despótico sillón. Decepcionado y triste, me confesaba el otro día cuando lo encontré paseando por la ciudad con su carga de soledad a la espalda, que la gente se cruzaba de acera para no saludarle.

Tal sino que espera al jefecillo que oculta su incompetencia en el nombramiento que tiene colgado en su oficina. Así acabará quien considera que la vida se reduce a un despacho de mando, y piensa que el poder es eterno, porque sólo el afecto es capaz de traspasar las fronteras del alma y ayudar a que la vida discurra serena y feliz hasta ser llamados al valle de Josaphat.