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Etiqueta: comedias

LIBERTINO CALDERÓN

LIBERTINO CALDERÓN

Calderón

Se cumplen hoy 333 años de la muerte en Madrid de don Pedro Calderón de la Barca que fue ciudadano ilustre, dramaturgo, bachiller, militar, viajero, caballero de la Orden de Santiago, sacerdote, capellán mayor, secretario del duque de Alba, activo cortesano, personaje influyente, protegido del rey Felipe IV y soldado herido en guerra.

Pero también fue Calderón de la Barca un ciudadano juerguista, vecino pendenciero, jugador embebido, noctámbulo libertino y gamberro de mucho cuidado, aunque en los retratos aparezca tan formalito con sobria cara, generoso mostacho, afilada perilla, abundante melena, hábito franciscano y cruz en el pecho.

Todo ello le llevó a la penuria en los últimos años de su vida, pidiendo es su testamento un entierro austero, barato y descubierto por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de su malgastada vida. Fue enterrado seis veces en diferentes lugares hasta que sus restos se perdieron en 1936 porque el párroco de la madrileña iglesia de San Pedro Apóstol murió sin revelar donde los escondió en plena contienda incivil.

Este longevo dramaturgo universal y protagonista de nuestro dorado siglo, se batió de joven a espada, sedujo varias damas, consumió la mitad de la herencia de su padre en tabernas y prostíbulos, perdiendo la otra mitad en juegos de naipes y apuestas de azar, tardando años en complacer el deseo paternal de hacerse sacerdote, cuando las fuerzas no le daban para más.

Pasó por la cárcel acusado de homicidio, tuvo enfrentamientos con Lope de Vega y su vida fue un sueño como la gran obra de teatro que nos dejó haciéndose Segismundo encarcelado en una vida contradictoria, dejándonos como legado 110 comedias, 80 autos sacramentales, muchas loas, numerosos entremeses, obras menores y piezas ocasionales.

NOSTALGIA DEL TEATRO

NOSTALGIA DEL TEATRO

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En el día mundial del teatro, abrazo fraternalmente a todos los que han compartido mucha «mierda» conmigo en los escenarios, insomnios, afanes, proyectos, ilusiones, interminables horas de ensayos, gozosos trabajos forzados y alentadoras discusiones, alzando mi copa para brindar con todos ellos.

Nunca he considerado que el teatro fuera el lugar donde se representan obras dramáticas, delante de un público que siempre aplaude y rara vez patalea sobre la tarima. Tampoco creo que se trate de un género literario o del arte de representar comedias y poner en escena relatos fingidos desmesurados.

Las entrañas del teatro que yo he vivido, tienen que ver con el empeño ilusionado, la lucha por lo imposible, la amistad incondicional, el rito impredecible, la improvisación necesaria, el orden desorganizado, la generosidad solidaria, el sacrificio hermanado, el milagroso tesón y la creatividad sustentada en la imaginación desnuda que vestía sus galas de esperanza antes del aplauso.

El teatro es magia desvelada, desdoblamiento consciente, ficción real y farsa redentora patrocinada por el deslumbramiento revelador de una realidad contradictoria sobrealimentada con desmedida locura, sonrientes lágrimas, consoladoras agitaciones y alivios pesarosos, provocados por un juego de suplantaciones que retorna siempre al origen de la farsa. Redentor espejo del pueblo donde reflejan su imagen los afanes, quehaceres, vicios y virtudes ciudadanas, patria de los apátridas, religión de los descreídos y sustento de soñadores.

Pero también el teatro es prosaico y vulgar en sus palpitaciones cotidianas y temblores al borde del proscenio. Son bocadillos inacabados. Repeticiones incansables. Lágrimas sobre el tablado. Temores al olvido. Deseos de esconderse en la trampilla. Nervios entre bambalinas. Atrezzo perdido. Morcillas obligadas. Miedo a la caja escénica. Diablas haciendo diabluras. Micrófonos roncos. Candilejas insumisas. Tramoyas desengrasadas. Apuntadores que no apuntan. Desparpajo y timidez; atrevimiento y templanza; desánimo y estímulo.

El teatro es un espacio virtual donde se finge el llanto que hace llorar a los demás; se encubre el dolor para que otros sonrían; se disfrazan las sombras, se ocultan los pesares y se aparentan falsas realidades. En el teatro, un grupo de románticos enajenados embellecen la chapucera vida de los cuerdos sirviendo agua de una jarra vacía, ofreciendo flores inexistentes y simulando historias ficticias con disfraces imaginarios, tras el ojo inquietante tras el telón el día del estreno, cuando la mierda se antoja necesaria, momentos antes que la farsa se haga espectáculo y el cómico pierda su identidad en manos del foro que asiente complacido a la función.