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ABORTO

ABORTO

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Una buena amiga me preguntó ayer mi opinión sobre el aborto en medio de una amable conversación que mantuvimos en torno al velador de una antigua cafetería, y quiero dejar en esta bitácora la respuesta que le di, junto a ciertas reflexiones sobre el tema que siempre han estado conmigo y es hora de compartirlas.

Nadie duda que el embrión humano pertenece a la especie humana, al estar primigeniamente formado por los gametos masculino y femenino. También podemos estar de acuerdo en que el embrión se encuentra en una fase de desarrollo que concluirá en ser humano. Igualmente, coincidiremos en que toda persona es humana, pero todo lo humano es persona. Y, finalmente, estaremos en sintonía aceptando que no es igual un óvulo recién fecundado, que un feto en gestación.

Dicho esto, la experiencia confirma que el aborto es negra prueba y dolorido ensayo para la mujer que lo sufre, como yo he podido comprobar en dos ocasiones a lo largo de mi vida, interviniendo en sendos desaguisados sin haber tomado arte ni parte en los embarazos de una alumna en Ponferrada y otra amiga en Béjar, poniéndome a su lado a petición suya, ante la pasividad, cobardía y huida de los autores de las fechorías, alumno el primero y colega el segundo, resolviéndose uno de los abortos en Portugal y el otro en Londres, ambas clínicas bloqueadas por ciudadanas españolas ricas, en colas interminables, porque las pobres caían como chinches en denigrantes abortorios clandestinos, reduciendo las estadísticas oficiales, pero manteniendo intacto el número real de abortos practicados.

Esta será la conclusión inmediata de la nueva ley que transforma el pecado en delito, atendiendo más a la Biblia que al dictado de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, cuando en 2008 afirmó: «El aborto es un derecho que supone la libertad de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo, que tiene que ser respetado, y los gobiernos tienen la obligación de que esta práctica sea accesible y segura».

El profundo dolor y mal recuerdo que en mí dejaron las dos mujeres citadas, me permite asegurar que el aborto no es deseado por nadie, y que exige medios preventivos eficaces, educación sexual universal, planificación familiar, acceso a los anticonceptivos, remover conciencias profesionales y desterrar la hipocresía de quienes se dan golpes de pecho y rasgan públicamente sus vestiduras, mientras envía a sus hijas a deshacer el “paquete” a otras tierras.

Cerremos los oídos a instituciones pías que bastante tienen con sus problemas sexuales internos, desterremos leyes que facilitan embarazos no deseados, evitemos a las mujeres sentarse en el banquillo de los acusados, eliminemos las dosis de moralina y pecado que nos inyectaron a los de mi generación, pongamos los medios que permitan practicar sexo sin riesgo de embarazo y habilitemos clínicas donde las mujeres puedan ejercer su derecho sin riesgo de vida.

Dejemos a un lado doctrinas religiosas, ideologías morales y mandamientos legales, para decir que no puede obligarse a abortar a una mujer, pero tampoco se le puede forzar a tener hijos malformados que no desea, porque el cuerpo de cada cual, a cada cual pertenece y el aborto forma parte de la intimidad física femenina, siendo ésta personal e intransferible.

Mezclar el Código Penal con una decisión personal, interna y dolorosa, lleva inevitablemente al despropósito, porque corresponde a la mujer decidir sobre su embarazo, sin pontífices religiosos, mandamases políticos, patrones sociales, sedes judiciales y periocistas ocasionales que interfieran en su decisión.

¡Ah!, se me olvidaba, si yo fuera mujer y el futuro hijo viniera sano, no abortaría. Pero defiendo la libre opción personal de las ciudadanas que desean abortar, – en el marco de una generosa ley de plazos -, cuando no vulnere los derechos de otras personas, siempre que éstas sean tales personas desde el punto de vista jurídico, biológico, social y religioso, sobre todo religioso para los eclesiásticos que nunca tendrán que parir.

Digo esto, porque desde la perspectiva católica los ciudadanos no son personas hasta ser bautizados, por lo que sin bautizo nunca se alcanzará la condición de persona y el aborto tiene, por tanto, vía religiosa libre para los no bautizados, como decreta el canon 96 del Código Canónico: “Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos”.

Hoy, que se celebra el 106 aniversario del nacimiento de Simone de Beauvoir, es bueno recordar el «Manifiesto de las 343» que ella redactó en 1971: «Un millón de mujeres abortan cada año en FranciaYo declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortadoAl igual que reclamamos el libre acceso a los medios anticonceptivos, reclamamos el aborto libre

EL ABORTO Y LA IGLESIA

EL ABORTO Y LA IGLESIA

Unknown

Teorías filosóficas y opiniones científicas entremezcladas con propuestas de santos, han llevado a la Iglesia Católica de un sitio para otro desde hace 2013 años en relación con el aborto, considerando durante siglos que el feto no era persona, y mucho menos el embrión.

Los cristianos primitivos hacían caso a los estoicos y Empédocles, aceptando que el feto estaba en el útero como un fruto en el árbol, sin existencia propia, por lo que no debía considerarse sujeto moralmente significativo, a pesar de lo comentado por el hipotético San Pedro en su epístola apócrifa, lo escrito por Bernabé el amigo de San Pablo, o los testimonios de Atenágoras, Tertuliano y Basilio.

El mismísimo San Agustín admitía el aborto, al considerar que la animación del ser humano no era inmediata sino retardada, añadiendo que el aborto requería penitencia sólo como pecado sexual.

Ocho siglos después, Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que sucedía mucho después de la concepción, ya que como buen aristotélico afirmaba que el feto poseía inicialmente una alma vegetativa, luego un alma animal y finalmente un alma racional, cuando desarrollaba el cuerpo.

Resumiendo, hasta 1869 los teólogos consideraban que el feto no era un ser humano con alma humana hasta 40 días después de la concepción, lo que significaba que un aborto practicado antes de los 40 días no eliminaba una vida humana.

Fue a partir de 1917 cuando la Iglesia Católica estableció que el ser humano debía ser protegido desde la concepción, siendo Pío IX el primero que apoyó la idea, decretando en el Código Canónico que tanto la mujer que aborta como quienes la asistieran, serían excomulgados.

Por otro lado, la propia Iglesia establece que para ser persona hay que estar bautizado, recogiendo esto en el canon 96 del Código de Derecho Canónico: “Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos”. 

Actualmente, la Iglesia deja clara su postura a partir del 22 de febrero de 1987, cuando el Prefecto de Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger rubricó el documento Donum Vitae, afirmando que la vida de todo ser humano debía ser respetada desde el momento mismo de la concepción y nadie podía atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. Esto dice ahora la Iglesia.