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ESPAÑOLES

ESPAÑOLES

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Se han ocupado los intelectuales españoles de los últimos siglos en desentrañar el misterio que esconde el alma española, poniendo al descubierto algunas de sus cualidades más representativas, sin excluir el resto de aquellas consideradas menores.

¿Qué determina el ser español? ¿Cuál es la forma de ser, sentir, soñar, vivir y morir de los españoles? ¿Cómo nos relacionamos? ¿En qué nos parecemos y diferenciamos del resto de terrícolas?

Resumamos las respuestas a estas preguntas diciendo con Américo que los españoles somos el producto resultante de fundir cristianos, moros y judíos en un sola raza, con predominio de los primeros, desde que los católicos reyes acabaron con los moros y expulsaron a los judíos del territorio conquistado.

Los actuales ocupantes de la piel de toro procedemos de cruces, recruces y contracruces, religiosas, sanguíneas y políticas, llevadas a cabo por visigodos, musulmanes y hebreos, aliñados con guerras civiles, disputas vecinales, enfrentamientos sociales y desencuentros locales, durante muchos siglos de nuestra historia.

De semejante olla a presión surgimos los españoles del siglo XXI, con muchas guerras civiles latiéndonos en el pecho, sin poder deslindar las tres sangres que llevamos en las venas, derramándolas para cumplir una maldición que sobre nosotros pesa, como pesa la envidia, el individualismo, la desobediencia y la discordia.

Envidia como pecado capital que nos acompaña desde que los íberos se instalaron en Atapuerca, íntima gangrena del espíritu español para Unamuno. Individualismo, cáncer disociativo fruto de la sucesiva fragmentación en mitades sucesivas, hasta llegar a los comportamientos estancos que decía Ortega. Desobediencia, rémora de progreso y encuentro, traducida en críticas y posturas en contra, pero sin autocrítica. Y discordia, extraña afición que Goya expresó a garrotazos en la Quinta del Sordo.

DESOBEDIENCIA CIVIL

DESOBEDIENCIA CIVIL

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Después de pasarme una vida predicando a los jóvenes la obediencia a las leyes, el cumplimiento de reglamentos, la subordinación a los mandatos y el acatamiento de normas, argumentando el valor cívico, moral, ético y social que sustentan las disposiciones legales, hoy rindo mi voluntad a la insumisión y desobediencia civil, como única salida para evitar que las ciudades se conviertan en morgues por donde caminemos sorteando los muertos provocados por decretos exterminadores.

Con indignación y dolor, leo en el periódico que se ha dejado morir de tuberculosis un joven de 28 años por no tener tarjeta sanitaria, tras ser rechazado en el hospital de Inca por celosos empleados cumplidores de órdenes inhumanas exigidas por Bauzá a través del conseller Sansaloni.

Igualmente, con incredulidad y estupor me llega la noticia de que otro joven valenciano de 23 años ha sufrido una reoperación quirúrgica para quitarle una prótesis  de rodilla que se le había implantado, al no poder pagar los 152 euros que costaba el postizo ortopédico que se le había insertado en la rodilla.

He visto policías reprimir con dureza inusitada manifestaciones de vecinos pidiendo trabajo, pan y justicia, arrastrando por el suelo a personas desahuciadas ante el llanto dolorido de sus hijos, cumpliendo órdenes de quienes juegan con nosotros al ahorcado, protegidos por esos mismos guardias cuando los ciudadanos que piden explicaciones a sus mandatos exterminadores.

No amenazamos los ciudadanos que predecimos la inevitable rebelión del pueblo ante la situación de flagrante injusticia que vive gran parte de la población, mientras una minoría mantiene sus privilegios, consiente la corrupción, participa de los beneficios y pide obediencia a unas leyes hechas a medida del poder político y financiero.

Hay poco margen de error en la predicción que una futura insumisión de sanitarios, jueces, profesores, funcionarios, policías y trabajadores, a leyes y mandatos que condenan a la miseria, pobreza, marginación y muerte a quienes no merecen tanto desprecio y abandono a un fatal destino, provocado por quienes no sienten las angustias, miedos y temores que sufren los desahuciados, hambrientos, parados y estafados.

DE LA CONTRADICCIÓN A LA INSUMISIÓN

DE LA CONTRADICCIÓN A LA INSUMISIÓN

Llevo tiempo anunciando lo inevitable y mis palabras rebotan en las puertas de los despachos destinatarios de las mismas. He hablado sobre la necesidad de ejemplificar los sacrificios para evitar la rebeldía del pueblo, pero los políticos no se dan por enterados. He anticipado agresiones a dirigentes sociales, pero los cargos públicos mantienen tapones en los oídos. Incluso he prevenido sobre el riesgo de tomar medidas demagógicas que sólo consiguen irritar a la población.

Pero en lo que más he insistido ante el desmadre gubernamental, es en el riesgo de insumisión ciudadana que puede llevar a la quiebra del Estado de Derecho, porque las vueltas de tuerca al pueblo desde sillones aterciopelados sólo puede conducir a la desobediencia civil y militar.

La contradicción que están viviendo los policías y guardias civiles apaleando a quienes defienden sus derechos, los de esos cuerpos, enviados a reprimirlos por quienes vuelan sobre la tragedia que a ellos amenaza, no puede acabar más que en la insumisión, por mucho que amenacen con medidas disciplinarias y despidos, quienes nunca serán despedidos ni castigados.

Que la desobediencia está llamando a nuestra puerta lo acredita la insumisión de la policía alemana de Frankfurt, quitándose el casco y uniéndose a los manifestantes contra el capitalismo, que tenían orden reprimir.

Y a la insumisión de los cuerpos de seguridad se añadirán el resto de cuerpos de la función pública, hartos de soportar desprecios y recortes por parte de quienes nunca utilizan las tijeras contra ellos mismos.

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

Durante los cuarenta años de falsa paz impuesta por la dictadura, a los militares jóvenes descendientes de quienes combatieron a bayoneta calada en las trincheras de Brunete y del Ebro, – que no habían participado en guerra alguna -, se les «suponía el valor» en su hoja de servicios. Hoy los militares profesionales de todos los ejércitos parecen acreditar el valor con su presencia en  “guerras pacíficas” donde algunos pierden la vida.

Pero las guerras no hacen valerosas a las personas que en ella participan, siendo así que un ciudadano pacifista puede ser más valiente que otro belicista. Quiero decir que el valor no se adquiere en las guerras ni en academias militares, ni es patrimonio de los ejércitos profesionales. Un pueblo levantado en armas civiles tiene más valor que un ejercito con armas de guerra.

La técnica militar y la disciplina cuartelera no hacen a las personas más valientes que la entereza civil, siendo así que defiende mejor su independencia un pueblo libre sin capacidad de ataque, que otro armado carente de valor cívico, como le sucedió a los atenienses, hoy en desgracia.

Considero al valor cívico como verdadero valor y virtud del pueblo. Pueden los militares poner a prueba su arrojo en la guerra, pero el valor cívico que lleva a la rebeldía y a la revolución, tiene más fortaleza que el de los vehículos blindados y armas de larga distancia.

En los cuarteles no se enseña valor, sino disciplina, subordinación y obediencia. Y el valor militar no consiste en acudir a una guerra, sino en tener valor civil para evitarla. Por eso los conflictos bélicos me parecen actos de cobardía. Y por eso, igualmente, me parecen muy cobardes los caudillos que envían ciudadanos al matadero.

El valor militar se acredita con heridas, mutilaciones y muertes, haciendo a los soldados héroes a la fuerza. En cambio, el valor cívico consiste en dar la vida por la patria sin hacer que el enemigo la dé por la suya. El valor cívico consiste en desvivirse por la nación que se habita. Vencerse a sí mismo en la lucha diaria contra el pesimismo. Perseverar en la batalla por una sociedad más justa. Dominar tentaciones espurias que degeneran la condición humana. Combatir la mediocridad, el nepotismo y la incompetencia. En una palabra, participar en la guerra civil contra todo lo detestable que nos rodea.

El valor cívico consiste en sustituir a los seis soldados que izaron la bandera en la isla de Iwo Jima, por valientes civiles que levanten en nuestra sociedad la bandera de la justicia, la honradez y la solidaridad, como signo de victoria sobre la corrupción, el abuso la explotación y el engaño.