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LUTO AZUL

LUTO AZUL

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Refugiados

Condenados al naufragio por la barbarie que domina en la tierra que les vio nacer, muchos sirios entregan su cuerpo al mismo agua salobre que hace soñar a los enamorados y alimenta rebeldías en quienes enmudecen contemplando la belleza azul teñida de negro por la muerte de náufragos que buscan refugio en tierras de promisión.

Mueren al borde de la arena sin ser despedidos con pañuelos blancos en la bocana del puerto de Latakia a bordo de un barco soñando azares afortunados, huyendo sobre una lamparilla flotante que tiembla en el horizonte mortecino del mar, zarandeada por el ritmo alternativo de manotazos en la jareta del alma.

No son necesarias grandes olas negras golpeando el casco de la patera desnuda de lujos y placeres, ni que la tempestad convoque al rayo sobre las grietas del océano para que zozobren sus vidas al silbo del destierro, haciendo un ovillo espumoso con los cuerpos desprendidos del frágil cascarón agitado en danza macabra, preludio de catástrofe.

Muñecos trágicos columpiándose del hilo delgado de la vida, invocando mudos una queja que el mar no atiende porque las sirenas ignoran el significado de las súplicas y el ronquido del agua barre la patera arrancando los cuerpos como jirón de vela, que custodiarán para siempre las gaviotas.

Hostiga el dolor la fe dormida en la media luna, sofocando la marejada con plegarias vírgenes de unos labios condenados al silencio, mientras dos manos impotentes para doblar el destino se elevan al cielo y clavan las uñas en cárdeno mar queriendo rescatar de las tinieblas las amapolas que en la espuma han florecido.

BUDANISMO

BUDANISMO

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La calima veraniega altera la corteza cerebral en la madrugada agosteña, entonteciendo mis neuronas con tal firmeza que pierden su rumbo en la cisura de Rolando, dislocándome las ideas en el lóbulo frontal y luxando el pensamiento con atrofiada voluntad para sugerirme poner en marcha una ideología laico-religiosa que contente a creyentes y descreídos, uniendo budismo y cristianismo, en el budanismo.

El contenido de tal doctrina puede seducir a los bípedos racionales desde el Ártico al Antártico, porque tomaría el amor del cristianismo y la sabiduría del budismo, llevándonos a la solidaridad y la cultura, como valores sustantivos para alcanzar cielo y nirvana a la vez.

El sabio anciano Sidarta Gautama nos aconsejó hace miles de años que sólo creyéramos en nuestras propias vivencias y nunca en los cuentos que otros nos cuenten, recomendándonos al mismo tiempo buscar el conocimiento y la sabiduría, para liberarnos de cargas innecesarias y ser algo más nosotros mismos.

Sin ser dios de nada ni de nadie, su doctrina filosófica con derrame religioso podría ser teísta, como lo es la apuesta amorosa del hijo del carpintero que pretende hermanarnos en un marco virtuoso donde la generosidad, el perdón, la honradez, el amor y la verdad son señas de identidad que ennoblecen la condición humana que denigramos los humanos.

Buda complementa a Jesús proponiendo la cultura como elemento liberador de toda manipulación, abuso y explotación. Contra el totalitarismo, cultura; contra los extremismos, cultura; contra los fuegos eternos, cultura; contra el fanatismo, cultura; contra la manipulación ideológica, cultura; contra el terrorismo, cultura; y contra los mártires, cultura.

Salud, amor, pan, trabajo y cultura, son los ingredientes del cóctel de la vida que nos permiten alcanzar la paz y felicidad que merecemos.

TODOS AL CIELO

TODOS AL CIELO

Unknown

El sacerdote que ofició la ceremonia religiosa que tuvo lugar con motivo de la reciente muerte de un amigo, me liberó en dos minutos de la tormentosa carga que llevaba sobre los hombros desde el nacimiento, convencido de que mi alma pecadora acabaría chamuscada eternamente en el infierno.

Pero felizmente no será así, porque la infinita misericordia de Dios no va a permitir la condenación de sus hijos y los acogerá a todos en su seno el día que se los lleve, incluidos los infractores de sus leyes, – como yo -, según afirmación rotunda del párroco oficiante del funeral.

Esto va mejorando, porque hace unos años eliminaron el limbo, dudaron del negocio indulgente del purgatorio y dulcificaron el infierno. Pero nunca pensé que pudieran garantizar la felicidad eterna, olvidando todos los dislates cometidos y arrinconando la doctrina impuesta a los fieles durante siglos.

En el cielo nos encontraremos con las almas de familiares y amigos que nos precedieron y conoceremos finalmente a los tres Dioses trinitarios, a la Virgen María, a los santos y a todos los ángeles propuestos por la angelología entre los que se encuentran serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados y arcángeles.

Supongo que este cambio escatológico de doctrina se debe a la información recibida por quienes han vuelto de la muerte a contar lo bien que se lo están pasando en el cielo, al que todos iremos directos, si la Congregación para la Doctrina y la Fe no dice nada en contra de la propuesta de este sacerdote redentor de los pecadores, aunque le faltara decirnos donde está el cielo, por donde se va a él o si vienen desde allí a buscarnos.

EL AMOR HECHO RIMA

EL AMOR HECHO RIMA

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Hoy, que el pequeño grupo de afortunados descorcha vino espumoso extremeño, valenciano, catalán o francés, para brindar por los euros que les han llovido desde nubes invernales de lotería navideña, otros recordamos al poeta de la rima que esculpió con su pluma inmortales versos de amor que todos guardamos en el más íntimo rincón de nuestros recuerdos adolescentes, cuando el roce de una mano se antojaba escalofrío y el beso furtivo, milagro de felicidad.

Evocamos hoy a Gustavo Adolfo Bécquer, porque se cumplen 163 años de su muerte y otros tantos de su resurrección en las almas enamoradas que convierten el parpadeo de las pupilas en poesía esta mañana de invierno, cuando las oscuras golondrinas descansan en los nidos del sur, preparando el vuelo a los balcones en la verdecida primavera.

Qué no daríamos en la madurez del amor por retornar a las convulsiones y azaramientos del primer encuentro, la primera caricia y el primer golpe de sangre agitada en la turbulencia de una juventud que proclamaba a los cuatro vientos el prendimiento mutuo y la promesa de feliz enajenación perpetua reflejada sobre el rostro fundido en las miradas.

Treinta y cuatro años de vida le bastaron al sevillano poeta para inmortalizarse en el romántico espacio amoroso de los encadenados por ligaduras de amor liberador con diástoles entumecidas y gestos anhelados, desde la triste despedida hasta la gozosa bienvenida, avecindando el espacio y el tiempo en el mismo territorio con ojos lacrimosos y paciente espera.

Ello así, porque los amantes saben que el amor perdura si se fortalece con renuncia propia a cambio de la felicidad ajena; si se blinda con generosidad desprendida, se protege con tolerancia y se renueva cada día con esperanzas renovadas para hacerlo invencible, porque mientras fundirse puedan en un beso dos almas confundidas, la poesía de Bécquer seguirá iluminando el gran misterio del amor y la heredad humana se vestirá de perfumes y alegrías, aunque la ciencia no alcance a descubrir los misterios de la vida, ni la historia sepa hacia donde camina el amor por la línea del horizonte, rozando mar y cielo con sus alas.

SER UNO MISMO

SER UNO MISMO

En el templo original de Delfos estuvieron escritos los tres principios de la sabiduría, sin hablar del cielo y el infierno, ni mencionar a Dios, ni argumentar que en el temor a Él estaba el principio de la sabiduría.

Las huellas marcadas en este centro del universo, patria del oráculo, fueron esculpidas por manos eternas en el frontispicio de la sabiduría, descubriendo al mundo la existencia más pura en este sencillo lema: “Sé tú, conócete a ti mismo y mantén la mesura”.

Tal camino marcado junto al Parnaso aconseja someter todos los bienes materiales a la posesión de uno mismo, como forma de llegar al imposible nirvana personal predicado en latitudes ajenas a todo materialismo.

La propuesta de doblegar lo externo, caduco y contingente a la inagotable vida interior, es la ruta más directa para llegar al fondo de nosotros mismos donde nos espera la vida purificada que anhelamos.

En la intimidad del empíreo edén personal camina la autenticidad abrazada a la lealtad que nos debemos a nosotros mismos, llevando de la mano la sinceridad más limpia, junto al séquito reconfortante de amistad que nos congrega en torno a la solidaridad, el altruismo y la entrega mutua.

Nos obliga este compromiso a caminar por el mundo sin máscara, disfraz ni atrezzo ocasional que impida lucir ante el espejo el propio rostro y descubrir la arquitectura del mundo interior, mostrando sin reparos las fibras espirituales que conforman nuestro principio vital interno.

CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO

Habiéndome olvidado de cumplir la promesa hecha el pasado día 8 de septiembre, un buen amigo me recuerda el compromiso que hice ese día de explicar en este blog dónde está “mi cielo” y “mi infierno”. Algo que me obliga a pedir disculpas por el retraso sin demorar ni un segundo más la respuesta.

Mi cielo se encuentra en el mismo lugar que lo sitúa el santificado escritor Lucas en el capítulo 17 de su libro, cuando afirma en el apartado 21 que el reino de Dios está entre nosotros. Siento esto así, y así lo creo, es fácil imaginar que el cielo se encuentra en la sonrisa de los niños, en los gestos de solidaridad, en la ayuda mutua, en la verdad sincera, en la generosidad desprendida, en la honradez demostrada, en el respeto al discrepante, en la paz sostenible, en la amistad leal, en la lectura de un libro, en la música preferida, en el paseo compartido, en compartir algo hermoso, en abrazar a la persona amada, en el humor que libera beta-endorfina,  en la capacidad de perdonar,  en el agua que sacia la sed, el pan que destierra la hambruna, en el beso de buenas noches y por supuesto, en el amor sin exclusiones, que nos libera de miserias morales.

Sin pecar de soberbia que al infierno me condene, no estoy de acuerdo con Lucas (16,23), ni con Mateo (13,42), ni con Marcos (9,46), ni con el arte litúrgico, porque en mi infierno no hay más llamas que las procedentes de las hogueras inquisitoriales. Para quien hace públicos estos pensamientos, el infierno se encuentra en la muerte prematura de alguien querido, en la enfermedad que rompe el alma, en el sufrimiento inmerecido, en la injusticia social, en el desengaño de la amistad, en las chabolas de cartón piedra, en la especulación de la pobreza, en la explotación de la miseria, en el abuso de los patrones, en el desprecio de los poderosos , en la sinrazón de las balas, en las viudas y huérfanos de guerras, en la usura de los banqueros, en las lágrimas de los desahuciados, en la muerte por inanición, en la mentira como oficio, en el enriquecimiento con sangre ajena, en la hambruna y en las pateras desesperadas.

La ventaja de mi cielo es que está al alcance de cualquiera que lo persiga llevando el corazón en la mano. Y el consuelo del infierno es que su castigo no es eterno, pues apenas dura el tiempo que la vida nos concede, por canalla que ésta sea para nosotros.

CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO

El Padre Astete me enseñó por boca del cura Esteban que si me portaba bien tendría como premio el cielo, y si era malo sería castigado con el infierno. Premio y castigo eternos, es decir, para siempre. Bueno, no; más que para siempre porque la eternidad era más que siempre.

Lo que nunca se me aclaró fue el lugar concreto donde estaban el cielo y el infierno, pues eso de que uno estaba “arriba” y otro “abajo” no me convencía mucho, o sea, nada. Tampoco se me dijo cómo podía hablar con los que allí estaban, ni el lugar intermedio donde pasaría mi alma una temporada, hasta que purgara en el fuego purgatorio la pena venial merecida por los pecados menores cometidos.

Todo ello tras pasar por el juicio final, claro, en el que Dios Todopoderoso perdonaría o condenaría mi alma, que siendo única y estando dentro de mí, nunca supe dónde estaba, aunque imaginaba de andaría por el cerebro, el hígado o el corazón, porque si fallaba uno de estos órganos, me iba directamente al tribunal celestial.

Eran tiempos de temer y creer, o si se prefiere, había que creer porque la increencia llevaba al suplicio terrenal y a la eternidad infernal. En el primer caso, cuando el párroco se negaba a firmar el “certificado de buena conducta”; y en el segundo, por decisión de nuestro Padre celestial, pues el Hijo y el Santo Espíritu poco tenían que ver en esto, aunque fueran la misma cosa, sin serlo. Es decir, los tres eran dioses, que se transformaban en personas para hacerse un sólo Dios verdadero. Está claro, ¿no?

Pasando el tiempo, he comprendido finalmente qué es eso del cielo y el infierno, dónde se encuentran y cómo pueden evitarse, al descubrir el paradero de ambos en la propia vida humana terrenal, como tendré ocasión de comentaros otro día, sin pretender dogmatizar mi opinión ni hacer de mi creencia patrón universal.