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EUROPA NOS ENVIDIA

EUROPA NOS ENVIDIA

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Hace unas semanas éramos la locomotora de Europa y desde ayer somos la envidia de los europeos, en opinión de un destacado político que vive en paraísos oníricos, fruto de sus desviaciones mentales, porque ningún otro país ha hecho los deberes con la pulcritud y el empeño que nosotros hemos puesto rellenar macrocasillas contables y cuadernos de caligrafía con decretos ministeriales.

A este visionario se ha unido un coro hipnotizados seguidores contagiados de optimismo, siguiendo la estela del gran contable financiero, afirmando bondades económicas y sociales que solo ellos ven, y augurando un futuro esplendoroso para todos los ciudadanos lidiados en esta piel de toro.

El reparto que hizo Madariaga de pecados capitales entre los países europeos, atribuyendo a los españoles la envidia, necesita ser revisado porque la sabiduría de esta privilegiada mente política ha modificado la distribución de vicios, adjudicando la envidia al resto de países europeos, y promoviendo cataratas ópticas y pérdida de visión en los ingenuos, por acumulación de células muertas en su cristalino social.

El espíritu infantil que siempre anida en nosotros nos invita a pensar que somos la envidia de Europa porque ningún país del viejo continente disfruta de nuestros privilegios, conseguidos por méritos propios y con gran esfuerzo personal, pues ninguno de ellos consigue digerir el cóctel de ingredientes que nutre nuestro cuerpo social.

Nos envidian en Europa porque despilfarramos más, tenemos sueldos portugueses, precios alemanes, impuestos finlandeses, corrupción rusa, gitaneo rumano, mafia siciliana, política italiana, banca albanesa, sanidad británica, chovinismo francés, segregacionismo belga, futuro griego y religiosidad vaticana.

GABACHOS

GABACHOS

Ni es oro todo aquello que reluce en el chovinismo francés, ni su paranoia narcisista es epidémica, ni el patrioterismo visceral afecta a los cuerdos, ni la mitomanía irracional está generalizada, ni todos los franceses son gabachos, aunque a muchos les cueste creerlo.

Al decir gabachos no tengo en la memoria a quienes sufren paperas y tumefacciones en la glándula tiroides, sino a los franceses que nos invadieron hace años con la anuencia, beneplácito y aplauso del gran felón, y a tiro limpio trataron de mantener el dominio sobre una finca que no les pertenecía.

Al decir gabachos no me refiero a las personas nacidas en algún pueblo de la falda francesa de los Pirineos, vecina a la nuestra, sino a los despreciables vecinos que impunemente desvalijan los camiones españoles con verduras que pasan por su territorio camino del norte.

Al decir gabachos no quiero identificar a los franceses despectivamente con los gringos, sino a los que fueron “amables” con los exiliados republicanos que huían de nuestra guerra incivil, “recogiéndolos” en campos de concentración para que no se dispersaran por el país.

Al decir gabachos no pretendo hablar de los franceses que habitan en la ribera francesa del río Gabas, y sí del grupo de indeseables que han difundido por el mundo la macabra insinuación de dopaje de nuestro querido Rafa Nadal, simplemente por dejarles sin trofeos en las estanterías.

Al decir gabachos no pongo la atención en el occitano “gavach”, montañés negro, que procedía en el siglo XVI de la región septentrional del país vecino y hablaba muy mal francés, sino a los gabachos que han hablado siempre mal de nosotros, creyéndose ombligos del mundo.

Al decir gabachos no me refiero a los buches de las aves ni al bocio tan frecuente entre los montañeses septentrionales franceses, sino a los que padecen desde hace siglos envidia crónica de sus vecinos del sur, difundiendo con desprecio que África comienza en los Pirineos.

Pero que nadie se alarme. La pretendida ofensa pública a Rafa Nadal – que a todos ha pretendido ofendernos -, tiene su origen en la desneuronización que han sufrido algunos moñigotes de carne y hueso por fusión de los axones de tantas bofetadas hispanas recibidas.

Durante muchos años he convivido día a día y codo a codo con profesores franceses, y puedo asegurar que no encontré gabacho alguno entre ellos. Pero también sé que esta subespecie prolifera como hongos otoñales entre los descerebrados que abundan en las cadenas televisivas, por mucho que engolen la voz, estiren el cuello y quieran contagiarnos a los demás su frustración con estornudos semejantes al salivazo que han arrojado impunemente contra Nadal.