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Etiqueta: celofán

NOSTALGIA CONSERVADORA

NOSTALGIA CONSERVADORA

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La cantidad de basura doméstica que generamos bate el record de incremento en todas las cuestiones susceptibles de aumentar, porque hemos producido en los últimos cuarenta años más desperdicios que en toda la historia de la humanidad, desde que el primer bípedo comenzó a caminar por la tierra.

Hoy poco se arregla y todo se cambia y se tira. Se desechan objetos que funcionan, como los teléfonos móviles. Se cambian caprichosamente elementos en uso, como televisores. Se descartan ordenadores en funcionamiento. Se rechaza ropa en buen estado. Se excluyen coches que circulan, por otros nuevos. Y se cambia de pareja, con la facilidad que se tira un kleenex a la papelera.

Todo ello sorprende a los de generaciones anteriores que comprábamos cosas con intención de que fueran heredadas por hijos y nietos. Desgastábamos los aros, las peonzas, los llaveros y las canicas. Arreglábamos los juguetes. Teñíamos la ropa para rejuvenecerla. Recomponíamos “tomates” en los calcetines. Zurcíamos los pantalones. Dábamos la vuelta al cuello de las camisas. Remendábamos los zapatos y poníamos tachuelas en las botas para alargarles la vida.

Generación que guardaba todo por si servía para algo. Guardábamos el papel “de plata” del chocolate, las botella vacías y los corchos, la cuerda de los envoltorios, el papel de estraza de los ultramarinos, los botes vacíos de conservas para hacer macetas, el papel de celofán para hacer adornos, las cajas de zapatos para guardar todo. Y amontonábamos los periódicos para envolver cosas, proteger el pecho del aire, limpiar cristales y ponerlos sobre el suelo recién fregado para pisar sobre ellos.

LIBROS DECORATIVOS

LIBROS DECORATIVOS

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El dueño de una importante librería me comentaba con ironía y decepción, la visita de una mujer a su establecimiento pidiendo que le llevaran a casa tres bloques de libros lujosamente encuadernados, que midieran setenta y cinco centímetros cada uno, para decorar con ellos el espacio libre de tres estantes domésticos desocupados.

Complaciendo a la señora, el dependiente le vendió los libros más caros que tenía desterrados al olvido en el almacén, envueltos uno por uno en papel de celofán y con el lacito correspondiente, para satisfacer el gusto de la dama que pretendía ocultar socialmente su incultura con lotes de libros.

Esta anécdota es ilustrativa de la realidad española donde se editan muchos libros, se lee poco y se presume mucho llevando libros a las estanterías privadas, porque la casa que no tiene libros carece de dignidad, como decía Edmundo de Amicis.

Propongo, pues, ediciones masivas de libros para iletrados, estafadores de la cultura y comerciales avispados, con miles de páginas en blanco y lomos adornados con purpurina, para exhibirlos en expositores de librerías especulativas, armerías contraculturales y tiendas de animales, con el nombre de «libros decorativos».

El libro como objeto comercial, elemento decorativo, ente presuntuoso y pieza doméstica ornamental, es carcoma que devora los anaqueles, ofende a la literatura, pervierte la cultura y hace realidad las palabras de Longfellow al afirmar que los libros eran sepulcros inservibles del pensamiento.