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CRUZADAS Y GUERRAS SANTAS

CRUZADAS Y GUERRAS SANTAS

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Mirando hacia Siria, comprobamos que la historia de la Humanidad podría escribirse siguiendo el rastro de sangre que las diferentes guerras religiosas han derramado en nombre de dioses que predicaban amor, paz y entendimiento entre los seres de la misma especie, convertidos en animales irracionales, por mucha razón que acreditaran.

Detrás de cada conflicto bélico-religioso hay oscuros intereses de mitras, turbantes y tzitzites, mandamases codiciosos de dominar no se sabe muy bien qué, aunque todos sepamos qué quieren dominar, jugando con los sentimientos religiosos de muchos ciudadanos necesitados de cultura, trabajo y pan.

Son los jefes político-religiosos de distintas épocas históricas quienes han hecho de su voluntad, la voluntad de cada dios; de su ambición, la ambición de su dios; de su cinismo, la mentira de su dios; y de su poder, un hipotético poder otorgado por Dios, como le sucedió al caudillo, que lo fue por la gracia de Dios acuñado en las monedas.

Si quienes se inmolan pensando que su muerte les llevará al paraíso, hubieran crecido con un libro en la cabecera de su cama, probablemente pondrían los explosivos en manos de los predicadores de la violencia, cediéndoles el alto honor de ser ellos los primeros en alcanzar la gloria.

Apremia un acuerdo entre los pontífices de cada religión para condenar tanto engaño. Los obispos, rabinos, pastores, imanes y venerables maestros, han de llegar a un punto de encuentro sobre los valores éticos, comunes a todas las doctrinas, que permitan a cada cual seguir siendo lo que es, sin tener que llegar a las manos para resolver los conflictos que fabrican quienes deciden sobre las vidas de los demás sentados en los despachos, sin pisar los campos de batalla.

NUEVO DESTIERRO

NUEVO DESTIERRO

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El abogado tetuaní Méndez de Vigo y Montojo, hijo de un ayudante militar del Caudillo, IX barón de Claret y accidentalmente durante unos meses ministro de Educación, Cultura y Deporte, no tiene simpatía alguna por uno de los grandes intelectuales que la España de su Gobierno ha tenido a lo largo de la historia, como demuestra que su primera decisión como ministro haya sido mandar retirar de su despacho oficial el retrato que Solana hizo a Miguel de Unamuno en 1936, aceptado durante trece años con gusto por sus cinco predecesores en el cargo, desde que Pilar del Castillo lo solicitó prestado al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Nada que objetar a la decisión del ministro, porque yo tampoco tendría un retrato suyo, – de don Íñigo, claro – en mi despacho, por tratarse de un personaje político que no me inspira, ni me estimula, ni me atrae, ni me hacen gracia sus pretendidas gracias, ni me gustan sus artículos, ni comparto los sucesivos nombramientos y designaciones políticas gratuitas que ha tenido a lo largo de su vida.

Tal vez, si estuviera propuesto para el premio Nobel de Literatura, fuera reconocido mundialmente como pensador, destacado filósofo, autor de novelas importantes, ensayista de prestigio, admirado poeta, dramaturgo y español universal con doctorados honoríficos en las más prestigiosas universidades del mundo, le guardaría respeto intelectual, admiración personal y tendría su retrato sobre mi mesa. Pero no es el caso.

Coincide el actual ministro con su antiguo antecesor Bergamín y el dictador Primo de Rivera, en quitarse a Unamuno del medio sin explicación alguna, porque la destitución del rectorado y el destierro a Fuerteventura no fueron justificadas, como sucede ahora con el mandamás de la educación y cultura española, amparando su decisión en un medalagonismo impropio de estos tiempos, aunque nos resulte fácil imaginar las razones por las cuales ha decidido el nuevo destierro de Unamuno al cuarto oscuro, para evitar que siga agitando conciencias y llamando a la rebeldía contra los usurpadores.

Ignoramos cual es el pensamiento del ministro porque su largo periplo exterior de diecinueve años disfrutando de la mayor canonjía que imaginarse pueda en el Parlamento Europeo, nos ha impedido conocerle en su propia tierra, pero sabiendo que le gustan las carreras de caballos con apuestas y la Semana Santa, es natural que no quiera compartir despacho con un intelectual que jamás rellenó una apuesta gemela ni asistió a procesiones.

JUAN CARLOS I, EL AFORTUNADO

JUAN CARLOS I, EL AFORTUNADO

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La costumbre de poner un apodo popular a los monarcas, me anima a llamar “El Afortunado” al rey Juan Carlos, por todos los favores que ha recibido de las dos fortunas posibles: la que atesora en sus cuentas corrientes y la que ha tenido en la vida.

La suerte ha estado tan ocupada durante los últimos cincuenta años en favorecer a Juan Carlos de Borbón, que no ha tenido tiempo para dedicarse a los millones de vasallos abandonados por la diosa protectora del monarca, librándole sin explicación alguna de maleficios que condenarían a eternas galeras de dolor al resto de los mortales.

Recordemos que una bala perdida procedente de su pistola, acabó sin pretenderlo con la vida de su hermano Alfonso, y nadie se dio por enterado. Tengamos presente que sin ser heredero a la corona se hizo con el trono de España, por obra y gracia del Caudillo, ante el silencio general. Sepamos que lo único rojo que tenía cuando ocupó el palacio de la Zarzuela eran los números de su cuenta corriente, pero en pocos años su fortuna no cabe en el Fortuna que le regalaron, sin que los súbditos sepan sus cuentas. Sus íntimos amigos Prado y Conde ingresaron en prisión, y su yerno está a la puerta, librándose él de dormir con el pijama de rayas, sin que su posible complicidad en los delitos cometidos haya sido investigada. Las ciertas presuntas infidelidades conyugales no han advertido a los vasallos sobre las deslealtades patrióticas con los súbditos. Fueron múltiples las fracturas óseas y operaciones quirúrgicas que ha sufrido, sin quedan incapacitado por alguna de ellas. Ha sido el mayor beneficiario de la dictadura, sin ser esto tenido en cuenta por la historia. Y la autocensura en los medios de comunicación los ha condenado al silencio, cuando el rey merecía una indeseable portada. Efectivamente, el rey es un hombre de suerte, que merece ser llamado «El Afortunado».

Algunos republicanos se declararon juancarlistas cuando fue proclamado heredero del franquismo. Muchos antimonárquicos le aplaudieron con ganas el día de su coronación. Y la gran mayoría de ciudadanos se hicieron fans del monarca la noche del 23 de febrero de 1981, cuando los sublevados militares amigos personales suyo, le subieron al camarín político sobre la peana de salvador democrático.

Es posible que ahora los republicanos recuperen el rumbo perdido en los pasillos de la Zarzuela y enarbolen la bandera tricolor desde el balcón real, pero me temo que la mayoría se hará felipista, entre otras cosas para confundirse con el felipismo, que dejó aparcada la república cuando vio en el horizonte la Moncloa

PARTIDO ÚNICO

PARTIDO ÚNICO

correo_1_f650x650_1Un día como hoy de 1937, en plena guerra incivil, Franco apareció en el balcón del palacio episcopal salmantino donde tenía su cuartel general, para anunciar el Decreto de Unificación, suprimiendo todos los partidos políticos menos uno de corte fascista, formado por la unión de Falange Española de las Junta Ofensivas Nacional Sindicalista con la Comunión Tradicionalista, resultando el partido único Falange Española Tradicionalista y de las JONS, bajo el mando del “Caudillo”:

“Llegada la guerra a punto muy avanzado y próxima la hora de la victoria, urge acometer la gran tarea de la paz, cristalizando en el Estado nuevo el pensamiento y estilo de nuestra Revolución Nacional. (…) Por ello, DISPONGO:
Artículo Primero: Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos, se integran, bajo Mi Jefatura, en una sola entidad política de carácter nacional que, de momento, se denominará Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Dado en Salamanca a diecinueve de abril de 1937. Francisco Franco”.

Los estatutos del «partido único» fueron publicados el 4 de agosto, estableciéndose que el «Caudillo» sólo sería «responsable ante Dios y ante la Historia», y ante nadie más. Consumándose así la “democracia orgánica” del régimen, con Raimundo Fernández Cuesta como Secretario General del nuevo partido, con el jefe falangista Hedilla detenido por Franco y el fundador José Antonio fusilado.

De esa forma tan simple, Franco tuvo en sus manos la ideología política que le faltaba, manipulando a su conveniencia los servicios de la Falange, aunque nunca merecieran su respeto y afecto, como dejó claro en el lecho de muerte al falangista Vicente Gil, su veterano médico personal, diciéndole: “Vicente, los falangistas, en definitiva, sois unos chulos de algarada”.

La ideología de este partido monárquico, imperialista y franquista, fundamentaba sus propuestas en el nacionalismo español, el conservadurismo, anticomunismo y catolicismo, formando sus alevines en el Frente de Juventudes, al que pertenecieron por legado natural casi todos los adolescentes de mi época.

VOLADURA DEL FRANQUISMO

VOLADURA DEL FRANQUISMO

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No fueron los “Cuarenta de Ayete” quienes facilitaron la transición política del franquismo a la democracia haciéndose el harakiri el 19 de noviembre de 1976, al votar por mayoría el Proyecto de Reforma Política, con la negativa de Blas Piñar, Girón y Utrera Molina, suegro del actual ministro de Justicia, el fiscal Gallardón.

No, no fueron estos cuarenta albaceas del régimen franquista que formaban el Consejo Nacional del Movimiento, quienes nos abrieron las puertas a la libertad que estuvimos esperando durante cuarenta años, sino un acto terrorista de la organización independentista Euskadi Ta Askatasuna.

El franquismo voló por los aires en un Dodge Dart que enviaron al cielo los jóvenes asesinos del comando Txikia, el 20 de diciembre de 1973, – hace hoy treinta y nueve años -, llevándose por delante al delfín del caudillo que iba en el asiento trasero del luctuoso coche, tras santificarse con misa y comunión en la iglesia de San Francisco de Borja.

Voladura que se produjo quince minutos antes de que pasaran por el banquillo de los acusados los diez sindicalistas, – entonces no había sindicalistos en los sindicatos -,  de Comisiones Obreras, integrantes del impresentable “proceso 1001”.

Por encima de ser el presidente del Gobierno, Carrero Blanco era el futuro del régimen, el guardador de las esencias más puras del Movimiento, la mano de hierro que mantendría todo atado y bien atado, cuando el general-ísimo hiciera su último viaje al Valle de los Caídos.

El almirante Carrero era el hombre de Franco, su mano derecha e izquierda – no, perdón, sólo la derecha – el único franquista capaz de llevar el franquismo sobre sus hombros algunos años más. Pocos, desde luego, pero algunos más de los que alargó Arias Navarro la agonía de la dictadura que secuestró las libertades en el país durante cuarenta años.