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EL MIRADOR DE LA CRUZ

EL MIRADOR DE LA CRUZ

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Hace hoy 150 años que Unamuno acomodó en Bilbao su nacimiento, cuna de cuanto fue, y crisol de esperanzas que cristalizaron luego en Salamanca. Pero fue Bilbao, villa fuerte y febril, hija del abrazo del mar con las montañas y cuna de ambiciosos mercaderes, la esperanza del sentidor, el hogar de su alma y la tierra donde posó su joven corazón, para que hiciera de él cuanto fue.

Y en Bilbao, un balcón, manantial de fuerza espiritual y nutriente de inextinguibles ansias y anhelos insaciables: el mirador de la Cruz, que con labios de madre y ojos de enamorado dejó en su espíritu historias de eternidad. Relicario de memorias infantiles palpitantes en su bochito, el suyo, que guardó el mundo de su infancia y juventud. Nido de niñez, rincón querido, en que ensayó con ansia el primer vuelo de amor a Conchita, entregándole su alma de primera edad albergando esperanzas de futuro compartido y consuelo de gozosa prole, con nueve bulliciosos hijos correteando por el patio de las Escuelas Mayores del Estudio.

Cuando ya no es ni se espera al maestro, el Mirador de la Cruz vuelve a ser la eternidad de su porvenir y la nostalgia melancólica de sugestivo retorno imposible al viejo hogar nativo, donde soñaba en días opacos a la muerte, cuando las trenzas de la niña guerniquesa apoyaba embeleso en la almohada del cuarto de su infancia y la cama le brindaba reposo, como un altar de ensueños, ilusiones y anhelos.

Tendidos sobre la desesperanza de inasequible regreso, los que con él vamos de camino desempolvamos en la memoria recuerdos inolvidables de su infancia y mocedad en páginas revividas, mientras suenan desgranadas notas de un piano derritiéndose en el silencio y las pinceladas de Lecuona nos devuelven al eterno mirador de la Cruz.

DESDE ESPINHO

DESDE ESPINHO

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Amanece el día en Espinho con sosegada calma, ondulando gotas salobres de resaca nocturna, acallada por olas que se mecen en la playa acariciando reflejos de luces irisadas sobre la patena azul del océano, dando tiempo a las aves para recrear sus alas en el horizonte atlántico que separa cielo y mar.

Los puntos cardinales de esta ciudad portuguesa son cinco freguesías de nuestras feligresías, que dividen el municipio donde ahora duermen sus diez mil habitantes, esperando la apertura de las olas para surfear y degustar pescado en las terrazas protegidas del incansable poniente.

El primer swing que un golfista hizo en la península ibérica fue sobre la verde pradera del campo donde el jubilado que ahora despierta comienza una jornada más de merecido ocio, acogido por brazos amigos que hacen posible la sonrisa en medio de la pobreza que no se oculta a la vista del privilegiado turista que se alberga en las pousadas.

Por las calles de Espinho paseó Unamuno a comienzos del pasado siglo, durante los veranos que tomó en su playa baños de sol y sufrió golpes de calor, hasta que le llegó la inesperada noticia de la muerte de su madre, forzándole a dejar su reposo y partir hacia Bilbao para despedirla al borde luctuoso del responso funerario.

Buscando las huellas de su amistad con el médico Laranjeira he llegado a este pueblo costero y de él me llevo testimonios y documentos inéditos que un día verán la luz en páginas de un libro, conformándome hoy con seguir sus pisadas, porque la inmovilidad del océano, la quietud del cielo y la eterna brisa marina me ayudarán a soñar su paradero.

BILBAO HUELE A UNAMUNO

BILBAO HUELE A UNAMUNO

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Hasta Bilbao me ha traído su Ayuntamiento para hablar de Unamuno a los paisanos del vasco más universal, que elogió su ciudad de nacimiento hasta el punto de hacer imposible comprender la villa del Nervión sin su presencia.

Acomodó Unamuno en Bilbao el origen, cuna de cuanto fue y crisol de esperanzas que cristalizaron luego en Salamanca. Pero fue Bilbao, villa fuerte y febril, hija del abrazo del mar con las montañas, cuna de ambiciosos mercaderes, esperanza por venir, hogar de su alma y tierra donde posó su joven corazón, para que hiciera de él cuanto fue.

Y en Bilbao quedó su alma, manantial de fuerza espiritual y nutriente de inextinguibles ansias y anhelos insaciables. El mirador de la vida con labios de madre que dejó en su espíritu historias de eternidad. Relicario de memorias infantiles palpitantes en su bochito, el suyo, que guardó el mundo de su infancia y juventud. Nido de niñez, rincón querido, en que ensayó con ansia el primer vuelo, entregándonos el alma de la edad primera donde se albergan recuerdos de esperanza y de consuelo, cuando era inesperaba la eternidad que guardaba el  porvenir.

Pocas cosas más melancólicamente sugestivas que volver al viejo hogar nativo del sentidor, donde rodó su cuna en los días en que no creía en la muerte. Retorno al cuarto de su infancia y a la cama que le brindaba reposo, como a un altar de ensueños, ilusiones y anhelos.

Tendido sobre tal relicario, acuden a la memoria recuerdos de su infancia, mientras el txistu desgrana ecos derritiendo el silencio, para traerme la primera nota de su vida.