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Etiqueta: bibliotecas

SERES NUMERALES

SERES NUMERALES

Para resolver una reclamación comercial me pidieron ayer el número de identificación nacional, confirmándome una vez más que hemos perdido nuestra identidad personal en una sociedad que nos ha transformado en dígitos despersonalizados para facilitar la suma de papeletas electorales, la resta de derechos humanos, la multiplicación de obligaciones y la división de opiniones.

Al parecer, el Gran Hermano no quiere que seamos animales racionales con genoma propio, ni realidades sustantivas independientes, ni primates con pensamiento lógico, ni seres vivos con identidad determinante o individuos singulares caracterizados por una personalidad insustituible. Pretende que seamos, sencillamente, números.

Dígitos que nos determinen, identifiquen y definan, despersonalizándonos hasta convertirnos en garabatos babilónicos, sin especificidad corporal ni rasgos propios desde el día que nacemos, cuando nos adjudican el primer número en el paritorio de la cuna hospitalaria, hasta otorgarnos el último número en la tumba de esta vida numérica.

Nos asignan un número de orden en el colegio, otro nos identifica como ciudadanos, la Agencia Tributaria nos tienen numerados y ocupan espacio en nuestra mente los números de las tarjetas bancarias, matrícula de coche y seguridad social, ya que estamos subsumidos en múltiples números diferentes para una misma identidad, dispuestos a convertir nuestro nombre en complemento decorativo de la existencia.

Tenemos números en los clubs sociales y deportivos; números de lectores en las bibliotecas; de suscriptores, en los periódicos; de investigadores en los archivos; de clientes, en los comercios; de pasaportes, en las fronteras; y de turno, en el supermercado, porque en las colas hemos sido todos los números.

BIBLIOTECAS AMBULANTES

BIBLIOTECAS AMBULANTES

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Circulan por las cuatro esquinas rurales de la piel de toro numerosos autocares, llevando en sus entrañas libros para entretener el escaso tiempo de ocio que permite la televisión y otras actividades escasamente culturales y nada formativas, por mucho que los promotores las disfracen con ropas artificiales de diferentes colores y las calcen con zuecos tres números inferiores a los pies del consumidor.

Pocos visitantes de los “bibliobuses” que circulan por caminos vecinales, saben que el sistema de culturización mediante préstamos de libros ambulantes, fue inventado a finales del siglo X por el Gran Visir persa Abdul Kassem Ismael, sin concederse mérito alguno, ya que su amor a los libros, el cuidado puesto en la conservación de los mismos y su celo en custodiarlos, eran tan instintivos en él como la respiración.

Tan empedernido lector llegó a tener en su biblioteca privada unos 120.000 ejemplares que transportaba de un lugar a otros en sus numerosos viajes, poniéndolos sobre 400 camellos que formaban una caravana de dos kilómetros de longitud, para no dejarlos abandonados en lugar alguno de cuantos visitaba.

Además, este amante de los libros y devoto de la cultura, transportaba los ejemplares catalogados por orden alfabético en sucesivos grupos de camellos, representando cada uno de ellos las 32 letras del abecedario persa.

BIBLIOTECAS PERSONALES

BIBLIOTECAS PERSONALES

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Amistad, sabiduría, deleite y compañía aportan los libros sin pedir nada a cambio, ni demandar más atención de la que quiera dárseles, estando siempre dispuestos a otorgar buen nombre y reconocimiento a quien luce sus portadas y lomos en las bibliotecas privadas de salones y despachos domésticos.

Bibliotecas en las que pueden verse retratados los propietarios de las mismas, sin más que observar los títulos de las obras que ocupan las estanterías, pudiendo descubrirse su pensamiento leyendo las notas marginales que llevan incorporadas al texto, escritas por la confidente mano del dueño mientras pasaba las páginas de los textos.

Estas colecciones de libros son cuerpos vivos que nacen un buen día protegidos con ex-libris del propietario; crecen con el paso del tiempo, hermanándose unas páginas con otras en maridaje feliz; y mueren con el último suspiro de su creador. Tan fieles como un perro a su amo, las bibliotecas personales se mantienen al lado del fundador desde el día que adquirió el primer libro hasta su muerte, cuando la soledad acompaña su dispersión en otros anaqueles, tras la venta de las piezas o la distribución de las mismas entre los herederos del bibliotecario.

Pero en tan largo viaje necesitan purgas, cambios y sustituciones de las obras que ya no sirven, por otras más útiles que contribuyen a deleitar la vida del propietario, a pesar de que algunas bibliotecas personales cumplan el aserto de Prémontval, pareciendo boticas con muchos venenos y pocos remedios, contienen pócimas que provocan indigestiones literarias, vómitos intelectuales y diarreas mentales.