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CAMBIÓ PODER POR VIDA PADRE

CAMBIÓ PODER POR VIDA PADRE

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Sería reconfortante creer que el rey Eduardo VII renunció al poder por amor, pero la realidad parece bien distinta porque cuando se autodestronó mantuvo privilegios, sueldo y favores de rey, sin tener complicaciones de reinado que perturbaran la buena vida que se pegó tras abdicar un día como hoy de 1936, diciendo: “No puedo soportar la pesada carga de responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”. Vale, pues.

Efectivamente, Edward reinó solamente 325 días porque una de las señoras casadas cautivadas por este mujeriego enfermizo, le convenció que vivirían juntos mucho mejor sin complicaciones cortesanas, como así fue desde que contrajo matrimonio con la doblemente divorciada Wallis Simpson, célebre estadounidense que compartiría con él los placeres de la vida y el ducado de Windsor.

Su simpatía con los nazis enervó al primer ministro Winston Churchill que montó a la pareja en un barco que los llevara a las Bahamas, donde Eduardo ejerció de gobernador, al olerse que Hitler contaba con él para reinar en el Estado fascista inglés que pretendía.

Tanto en las islas gobernadas como en su ajetreada vida europea, pasearon su amor por diferentes países, en fiestas millonarias, lujosas mansiones, viajes en el Oriente Express, castillos engalanados y hoteles de cuarenta estrellas, yantando, libando, cantando y bailando, con el dinero de los contribuyentes ingleses, desconocedores de sus excentricidades.

ISLAS CON TESOROS

ISLAS CON TESOROS

Un día como hoy de hace 162 años nacía en Edimburgo Robert Louis Stevenson, autor de «La isla del tesoro», novela protagonizada por el joven Jim Hawkins, que hoy tendría otro título y argumento si el autor viviera entre nosotros, porque en el momento actual no hay una sola isla con tesoro, sino muchas que custodian el dinero evadido por depredadores de países empobrecidos.

Islas transformadas en paraísos financieros para multimillonarios insolidarios, sin excesivos escrúpulos de conciencia, que ponen a buen recaudo sus tesoros económicos ante la pasividad de los políticos que miran para otro lado, más ocupados en esquilmar las huchas sudorosas de ciudadanos indefensos.

En islas Caimán, Cook, Malvinas, Marianas, Salomón, Vírgenes, Bahamas, Mauricio y tantas otras, se ocultan tesoros robados con trampas legales y financieras que es preciso recuperar. Islas que aplican regímenes tributarios muy favorables a ciudadanos y empresas que se domicilian en ellas para eludir impuestos en los países donde disfrutan de servicios públicos pagados por otros ciudadanos mucho más débiles que ellos en términos económicos.

Si Stevenson viviera hoy entre nosotros, el argumento de su novela tendría mucho que ver con el bloqueo de esas islas por ciudadanos empobrecidos, para recuperar el dinero robado al país en una oprobiosa evasión de impuestos que evitaría sarnas, piojos, pizarrines, braseros de cisco, sabañones y miserias de otra época a la que están empeñados en llevarnos de nuevo quienes nunca volverán a ella.