Navegando por
Etiqueta: azahar

MECEDORA VOZ DE MADRE

MECEDORA VOZ DE MADRE

voz

Habla la madre con voz templada por la madurez de los años, dejándose llevar juventud abajo desde la pasión primera a la serenidad de un amor pleno de certidumbre en íntimo maridaje perpetuo, sin firmar pliego alguno ni sellar requerimientos formales o protocolos congelados en las carpetas.

Palabras menudas con flecos de volantes blancos como vestido de novia y pétalos de azahar volando desde las almenas juveniles al otoño pedregoso de vida, que pretende enronquecer su garganta sin conseguirlo, porque la voz esperanzada de la madre no se deja amedrentar por el aviso taciturno de las agujas del reloj, fortalecida por el amor que golpea las penas sobre el yunque de la vida.

Escrupulosos velos del misterio son rasgados con sus palabras a ritmo del badajo en las espadañas rurales, donde los pajares asistieron un día el encuentro furtivo de dos almas gemelas que más tarde se perpetuarían en la cuna infantil con susurros de amor y placenteras nanas enlagrimadas de felicidad por el beso de los labios que solo enmudecieron al silbo de los pañales.

Voz de miel, adormecedora del llanto en las noches de insomnio, cuando el marfil pugnaba por blanquear el perfil de una boca balbuceante que ignoraba el diccionario, suspendiendo la incredulidad con hilos de felicidad compartida en las alcobas, donde las palabras maternales sustentaban pilares de conformidad, sin pedir nada a cambio.

Años después continúa hablando lentamente para evitar que las palabras tropiecen entre ellas y se lastimen en el aire antes de llegar a su destino viento arriba, donde solo alcanzan los susurros entrecortados, quedando él mirándola, reenamorado de su voz callada, recogida y oracionera, como diluvio de bondad adormecedora del alma

MILAGRO DE AZAHAR

MILAGRO DE AZAHAR

Callejón

No voy a recordar declaraciones patrimoniales de la Humanidad sobre un recinto medieval y renacentista, ni hablaros de concatedrales, palacios, torres almenadas, arcos estrellados o casas blasonadas entre las que asenderear recogidos pasos en silencio deteniendo el tiempo, pisada a pisada, por callejuelas empedradas de la cacereña Ciudad Vieja.

Tampoco evocaré el Tercer Conjunto Monumental de Europa que dio techo y suelo a judíos y cristianos, antes de que una real ordenanza católica, de católicos reyes, abriera con dolor los caminos de sefarad a quienes practicaban confesión diferente a la dominante, a golpe de espada y represión, que hicieron de las sinagogas ermitas santorales, para descansar tranquilos en casa Alonso Golfín.

Igualmente, si previniera del riesgo de perder el rumbo entre las callejuelas contemplando tanta belleza, rompería el encanto de la sorpresa entre las piedras que rumorean historias desconocidas en los libros de texto, descubiertas solo deambulando con alma abierta entre las rendijas de los misterios que se ocultan a las guías turísticas, ocupadas en llevar a los visitantes por rutinarios espacios de lechosas torres jesuíticas, advertencias de Moctezuma, Carvajal, Godoy, Ovando, Alcuéscar o Saavedra.

Tampoco vale la pena recordar el vengativo capricho de La Católica, que mandó desmochar las torres para castigar con esa orden a los rebeldes que apoyaron a la Beltraneja, porque más importante es invitaros a subir por el estrecho Callejón de don Álvaro para gozar del milagro desprevenido de un ocioso naranjo que asoma por encima de tapia, derramando oleadas de embriagador azahar, superpuesto al aroma de las flores que las enamoradas llevan al altar del maridaje.

CARTA A UNA MUJER CON VERDOR PERENNE

CARTA A UNA MUJER CON VERDOR PERENNE

Unknown

Nostálgica amiga:

Te escribo para cerrar la conversación que abrimos hace días, cuando me manifestabas tu desconsuelo por el deterioro físico que los años habían provocado en tu piel, surcada por arrugas como desfiladeros, “código de barras” sobre el labio y patas de gallo avencindadas en tus ojos.

No te alarmes, mujer. Si la mano diáfana de Venus agita el péndulo del reloj y cruza las saetas de su esfera en la aurora azul del venero inagotable, es porque años nuevos te esperan para contemplar la chispa que destella en el reflejo silvestre del iris inmaculado, donde la edad no llega.

La esperanza abrirá un espacio en el surco de la frente que coronará de nuevo el azahar y el espíritu vivificador deportará las arrugas al soplo del viento enamorado, si mantienes el blanco aliento de inviernos titilantes en convivencia amorosa con verdes primaveras.

Lucha por el dominio de la seda cenicienta sobre el brochazo áspero de la irredimible melancolía y no permitas que el otoño remonte el vuelo sin llevar contigo un ramillete de esperanzas, ni que la negrura cuaresmal de tu vida se sobreponga a la festiva alegría del adviento que te espera.

Evita que la altivez profana de los calendarios se cuele de rondón en tus horas bajas, haciendo que los flecos deshilachados de humo negro rompan la estética de los manantiales, y conseguirás que en ellos se aloje el renacimiento de la vida que te espera cada amanecer junto a las flores de tu balcón.

¿No me crees, amiga? Pues entonces presta atención a los vidrios refulgentes que custodian los racimos, ahogando en el fruto de las vides el esfuerzo inútil de las grietas por alojarse en la piel de las uvas, y evitarás aturdirte el día que el armiño descienda de las cumbres a sus sienes juveniles.

Pero no te preocupes, mujer: el rostro que conquista la pupila enamorada, es invencible y a ti te sobran pretextos para el amor.