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LA HUMILDAD DEL PODER O EL PODER DE LA HUMILDAD

LA HUMILDAD DEL PODER O EL PODER DE LA HUMILDAD

La experiencia vital de quienes vamos caminando en primera posición hacia el vestíbulo de la estación término que a todos espera, nos obliga a superar la ingenuidad del sectarismo juvenil que determinaba filias y fobias hacia las personas, en función de su militancia política o credo religioso.

Esto nos lleva a reafirmar que son los valores humanos de cada cual quienes determinan las actitudes éticas de las personas, orientan los compromisos sociales, definen conductas profesionales y precisan comportamientos de las personas concretas, -con nombre y apellidos-, como Ave Fénix liberadores de cenizas, poniendo en almoneda las ideologías, credos y programas.

Es, pues, necesario superar el dogmatismo excluyente de vecinos por su pertenencia a organizaciones políticas, sociales o religiosas, y acordar cada cual consigo mismo que la afinidad, lealtad y entrega a las personas va más allá de los idearios, por válidos que estos se presenten en los escaparates sociales, con sólidos contenidos, éticos compromisos y convincentes pensamientos,

Llega un momento de madurez y plenitud existencial, donde las ideologías y creencias pasan a segundo plano, cediendo la primacía al individuo, tras verificar que las banderías, militancias y común-uniones nada dicen de los sujetos que forman parte de ellas, ni determinan comportamientos, forjan actitudes o consolidan virtudes, siendo los valores humanos patrimonio privado de cada cual, y justificación de afinidades recíprocas, atracciones mutuas, amistades duraderas y simpatías compartidas.

Por eso complace sintonizar con personas específicas individualizadas, sin mirar carnets de militancia o certificados de bautismo, aunque los mentecatos atribuyan ideologías a quien esto hace, que nada tienen que ver con la realidad porque los memos no distinguen el culo de las témporas ni la gimnasia de la magnesia.

Preámbulo hecho para declarar públicamente el encuentro vivido el pasado martes día 18 en el Congreso de Diputados con la humildad del poder, la honrosa debilidad del mando persuasivo, la autoridad como liderazgo natural, el señorío de femenina señoría, el dominio sin dominación, la simpatía de la seriedad, la espontaneidad del protocolo y la sencillez de la tercera potestad nacional, que hizo de la humildad virtud, sin perder su grandeza.

Gracias, Ana, por tu lección.

PADRES

PADRES

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Cuánto me estimulan y ayudan con sus propuestas y envíos quienes pasan por el blog, como esta viñeta que Curro me ha enviado, inspirando la página de hoy.

La moderna historia de la educación doméstica está siendo construida a pendulazo limpio, pasando las tres generaciones que hoy convivimos juntas, de un extremo disciplinar a otro, sin haber encontrado el equilibrio conciliador necesario.

No aprobamos el distante respeto que a los padres tuvieron que guardar los hijos de la generación anterior a la nuestra, reclinando la testuz ante ellos, obedeciendo ciegamente sus mandatos, tratándoles de usted, sin diálogo familiar, sufriendo maltrato algunas veces “por su bien” y alejados de sillones domésticos ocupados por una autoridad incuestionable.

Pero también rechazamos la situación actual, pervertida por un maltrato inverso que en algunos casos llega a los tribunales, cuyo origen hay que buscarlo en cariños mal entendidos aderezados con desgana, cansancio, ignorancia e intereses laterales, donde la disciplina familiar ha invertido los términos, sufriendo los adultos graves intolerancias de los menores, impensables hace apenas unos años.

No sé si esto que voy a decir será del agrado de todos los que pasen la vista por estos renglones, pero estoy convencido de una obviedad que muchos no comparten: los padres han de ser ante todo y sobre todo, simplemente, padres. Así de sencillo. No coleguillas, ni amigos, sino padres. Entre otras cosas porque si dejan de ser lo que verdaderamente son, sus hijos se quedarán huérfanos.

No olvidemos que el modelo de sociedad que a la nueva generación espera, depende básicamente de la actuación de los padres, con alguna colaboración de los centros educativos, medios de comunicación, vecinos, amigos y entorno próximo del educando.

Corresponde a los padres mantener un elemental principio de autoridad; una disciplina familiar básica; una dedicación diaria a sus hijos por muy cansados que lleguen del trabajo; un control sobre lo que ven y lo que leen; una vigilancia sobre las amistades; el consejo permanente; y la prohibición cuando proceda, porque la educación de los hijos es algo que corresponde casi por completo a los padres, aunque algunos quieran escurrir el bulto.

La sociedad futura, la de sus hijos que tanto preocupa a los padres, depende de la educación que ellos mismos les proporcionen, pero algunos descendientes tienen la mala suerte de tener los progenitores que tienen.

Los padres que educan a los hijos en el consentimiento absoluto, conseguirán que éstos no acepten negativas en el futuro. Quienes los aturden con regalos les impedirán saber el valor de una conquista. Los que todo les concedan les impedirá saber que no todo les pertenece. Aplaudirles cuanto hacen no fomentará su autoestima sino la negativa a tolerar críticas y disciplinas académicas, profesionales y sociales.

Si los padres van por la casa ordenando cuanto ellos desordenan y recogiendo lo que dejan tirado por todas partes, difícilmente conseguirán que sus hijos acepten responsabilidades propias. Si les enseñan a conservar para sí mismos sus pertenencias y territorio, desconocerán la solidaridad y la sociedad futura se guiará por el lema del “sálvese el que pueda”. Si la concesión a cuanto demandan es norma de conducta terminarán por hurtar lo que en el futuro se les niegue. Si los caprichos son siempre satisfechos, serán incapaces de renunciar a cuanto les apetezca. Si les permiten pasar la mente por cuanto les plazca, puede ser que a su cerebro lleguen ideas desintegradoras. Si les entregan cuantos euros demandan no apreciará lo que cuesta ganarlos. Si se ponen incondicionalmente de su parte, contra el profesor, el centro escolar, vecinos y amigos pensando erróneamente que todos van contra él, acabarán pisoteándolo todo, incluso a los propios padres, porque el maltrato de padres a hijos seguirá incrementándose peligrosamente entre la clase media y alta, mientras no se abran las puertas de las escuelas de padres, más necesarias que nunca en nuestra sociedad.