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CON SENTIMIENTO APÁTRIDA

CON SENTIMIENTO APÁTRIDA

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Sufrimos indigestión autonómica, por culpa de quienes atropellaron el artículo segundo de nuestra Constitución en tiempos de prisas democráticas y concesiones caprichosas basadas en forzados consensos rechazados por el sentido común.

Como apátrida nacido en mi tierra, atribuyo gran parte de la pandemia social que se extiende por la piel de toro al reparto autonómico, en vista de las fatales consecuencias que ha tenido para los ciudadanos la fragmentación territorial en diecisiete comunidades autónomas a las que se suman dos ciudades más, con sus asambleas correspondientes.

Diecisiete parlamentos, diecisiete Gobiernos, diecisiete Consejos Consultivos, diecisiete cajas de ahorros sociales transformadas en ruinosos bancos autonómicos, decenas de instituciones, cientos de edificios e infraestructuras y miles de cargos políticos dispuestos a pegar tiros al aire con pólvora del pueblo, no es el mejor camino para gestionar eficazmente una administración al servicio de los ciudadanos que la sustentan, según han demostrado los hechos.

El exceso de gasto, los abusos, la inoperatividad, el despilfarro, la corrupción, el cortijerismo, la ineficacia y el dispendio público evidenciado durante años, ha concluido en una crisis de la que el pueblo ha sido el gran perjudicado, porque la relación productividad / coste / servicio, de las autonomías, está descompensado, en beneficio únicamente a quienes en ellas han vivido del cuento, desde que se estableció el mapa territorial fruto de “pactos autonómicos” – ¡ojo! – nunca refrendados por el pueblo.

Con sentimiento apátrida propongo borrón y cuenta nueva, eliminando los espacios territoriales uniprovinciales y limitando las competencias de las  autonomías multiprovinciales a estructuras administrativas básicas y funcionales, para que los ciudadanos no sufran consecuencias negativas derivadas de cesiones competenciales en materia educativa, judicial y sanitaria.

AUTONOMÍAS

AUTONOMÍAS

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Camino de casa, me detuve ayer a charlar con mi estimado amigo Felipe que me dio su opinión sobre el reparto territorial, afirmando que las autonomías eran culpables de la ruina del país, porque no han cumplido debidamente su objetivo fundacional, multiplicando infructuosamente el gasto público en beneficio de los pescadeiros que se han forrado en ese río revuelto, despilfarrando al mismo tiempo los bienes ajenos.

Según este indignado amigo, habría que borrar del mapa todas las autonomías surgidas en aquel aciago y presuroso reparto de la tarta territorial, devolviéndolas todas al redil nacional, no por su condición borreguil sino para corregir los problemas y la ruina que han generado.

Opina este colega que las autonomías han vaciado la caja común en edificios, sueldos, dietas, despachos, consejeros, parlamentarios, asesores, funcionarios, coches, chóferes, guardaespaldas, etc., sumando con ello la carga impositiva a los ciudadano, el despilfarro, la multiplicidad de parlamentos, el exceso de gobiernos, la masificación de funcionarios y el mangoneo en los «Bancos autonómicos», llamados eufemísticamente Cajas de Ahorro.

Excesivo gasto -según él- inmoral abuso, robo institucionalizado y politiqueo de la peor calaña, que ha pervertido el objetivo de servicio y respeto a la idiosincrasia regional pregonado por los patrocinadores del reparto, en su intento de retomar los debates parlamentarios republicanos, interrumpidos por la salvaje guerra incivil.

Considera este amigo, que los miles de millones de euros invertidos en las autonomías hubieran estado mejor empleados en promover empresas, mejorar infraestructuras, fomentar el empleo, incrementar el bienestar ciudadano, crear hospitales y levantar centros educativos, siendo ahora la situación distinta para todos los ciudadanos que habitan en esas zonas geográficas de la piel de toro.

Al final de la conversación, Felipe preguntó: ¿Dime, Paco, quiénes se han beneficiado realmente de la política autonómica? Respondiendo él mismo a la pregunta de forma clara y contundente: los vecinos politicolistos y su corifeo de líquenes a los que se añadieron algas y hongos para aprovecharse de ello, parasitando al pueblo.

Esta fue su opinión, para sorpresa del bloguero que la difunde.

MEDIOCRIDAD

MEDIOCRIDAD

La realidad confirma que nuestro problema no es la deuda pública y privada, ni el rescate, ni las autonomías, ni el euro. Ni siquiera el egoísmo natural del ser humano o su capacidad para mentir son responsables de la decadencia moral y falta de compromiso ético que convierte a los animales racionales en terribles depredadores de su especie.

Es la falta de mérito y capacidad de los dirigentes sociales lo que nos ha llevado al sótano donde estamos encerrados sin posibilidad de redención a medio plazo. Es la ineptitud de los polítiqueros lo que hace imposible la salvación, pues han optado por la dedocracia, exigiendo a los dirigentes el débil mérito de llevar carnet entre los dientes y logotipo en la solapa.

Mediocridad se llama esta grave epidemia que padecemos, para la cual no se ha descubierto vacuna ni tratamiento alguno, porque quienes tendrían que aplicar los medios para erradicar la pandemia son los propios beneficiarios de su expansión, y no están dispuestos a inmolarse para salvarnos de sus continuos disparates y mamoneo.

A esta situación degenerativa no se llega en pocos años, porque la contaminación existente afecta a todos los sectores sociales, donde se ha infiltrado una legión de incapaces a decidir por los demás, careciendo de los más elementales criterios para ser rectores.

Hoy muchos mediocres dirigen centros educativos, gerencian hospitales, administran bienes comunes, ocupan sillones oficiales, dictan sentencias, presiden sociedades, regentan empresas, lideran sindicatos, gobiernan entidades, capitanean fuerzas de seguridad, encabezan listas electorales, acaudillan sindicatos y  controlan medios de comunicación

En un país gobernado por mediocres, donde los ciudadanos brillantes provocan repulsión, todo se explica: que los cerebros emigren, los banqueros sean insaciables, la Iglesia guarde silencio, los chistes consuelen la desgracia, se limite la libertad, se manipule la información, se mienta impunemente, la justicia no sea ciega, prolifere la basura televisiva, falten ideas y los pícaros se aprovechen de la situación.