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DECIMOTERCER APÓSTOL

DECIMOTERCER APÓSTOL

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Hace hoy 1.677 años que el hombre más poderoso de la tierra subió al cielo sin pasar por el purgatorio, tras servir al cristianismo más que todos santos, ángeles, arcángeles, profetas y propagandista de la doctrina predicada por el hijo del carpintero José y su virginal esposa María.

Fue Constantino I, San Constantino o Constantino el Grande, el emperador romano que facilitó la difusión del cristianismo, aún sin estar bautizado, como agradecimiento al Dios cristiano por ayudarle a ganar la batalla a Majencio, porque entonces acostumbraba el Señor a señalar el vencedor en las guerras.

Tal influencia divina en las matanzas, se ha mantenido durante siglos, particularmente en todas las Cruzadas, incluida la de nuestra liberación del rojerío, prolongándose esta tradición católica hasta nuestros días en que algunos políticos confían en la Virgen del Rocío, del Amor o del Pilar para vencer al paro, el desvalimiento y la hambruna.

Este santo emperador romano legalizó por edicto milanés la religión cristiana, dando así por terminadas las persecuciones a los creyentes, diezmando el listado de mártires por causa religiosa, cuando ya habían caído miles de ellos en felinas fauces, tridentes de gladiadores o dolientes esclavitudes.

Gracias, pues, a San Constantino, decimotercer apóstol, que derrotó el paganismo romano, permitiendo a las iglesias cristianas llenar el mundo de templos, sotanas, pastores, capelos, ceremonias, condenaciones, penitencias, purgatorios, sacramentos, limbos, infiernos, dogmas, catecismos, sermones, indultos, conversiones a cristazo limpio y persecuciones de infieles.

CIENCIA Y FE

CIENCIA Y FE

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El nacimiento hoy de la primavera que anuncia el milagro de los trinos y los pétalos, es buen momento para reflexionar sobre el origen de los huevos que dan vida a las aves y el polen que fecunda los cerezos, buscando en la ciencia y la fe el origen de la vida, pero deslindando los ámbitos que pertenecen a cada cual, aunque se entrecrucen ramificaciones en sentidos contrapuestos, interfiriéndose subjetivas creencias personales derivadas de la fe, con objetivas constataciones científicas del método científico.

El conjunto de creencias personales y dogmáticos principios de una religión, no se armonizan con los conocimientos obtenidos mediante la observación sistemática de la realidad y el científico razonamiento hipotético-deductivo que conduce a los principios, leyes y teorías que explican y justifican el mundo.

La fe se fundamenta en la existencia de un ser supremo, del cual emanan el resto de creencias que conforman certidumbres virtuales indemostrables científicamente, atribuyendo a ese Dios súper-poderes extraños al ser humano, explicaciones inexplicables de fenómenos desconocidos y alivio para la angustia generada por el incierto futuro que nos espera al emprender el gran viaje.

Dios explica, consuela y compara nuestra finitud perecedera con su infinitud perpetua, aunque esta no sea evidente ni demostrable para la ciencia, porque la realidad de diez mil años de homo sapiens dice lo contrario que predica la fe como don de Dios, es decir, que quien cree en Él lo hace porque Él quiere, como hizo con el decimotercer apóstol nacido en Tarso de Cilicia y evangelizador de gentiles.

Ciencia y fe no pueden ir de la mano porque la primera exige pruebas verificables para aceptar hipótesis explicativas, mientras la segunda se apoya en Dios para resolver los problemas, como sucede con el origen de la materia, que los creyentes atribuyen a Dios, mientras los científicos declaran su ignorancia sobre el tema.