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POR EL CAMBIO

POR EL CAMBIO

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Los profetas de la catástrofe de «huno» y «hotro» bando pretenden llevarnos a temerosos cuentos infantiles, cuando el “hombre del saco” amenazaba con llevarnos no se sabe donde, y el aviso “¡que viene el lobo!” nos prevenía contra la llegada del maligno dominador de la voluntad popular, cuando la democracia estaba ausente de la piel de toro.

Salen los brujos azules y rojos del escondite, anunciando males y desdichas si ganan otros, pretendiendo inocularnos temerosas supersticiones que existen solo en sus mentes, haciéndolo con exhibicionismo mediático, sobrada imprudencia, notoria altanería y escasa lucidez en sus augurios.

Estad tranquilos ante las predicciones catastrofistas de tales hechiceros, cuando vaticinan tragedias colectivas por cometer la irresponsable frivolidad de botar a los veteranos salvadores de la patria, votando a quienes nunca tuvieron oportunidad de guiarnos y redimirnos de la corrupción, sean estos hipotéticos salvadores del color político que sean.

No creáis que ese voto por el cambio nos pondrá al borde del precipicio a punto de caer despeñados, porque ya lo hicieron la mayoría de españoles en 1982 sin contaminarse con el gen del suicidio colectivo que les llevara a la locura de la autoinmolación y el exterminio, invocando a los cuatro jinetes de la Apocalipsis con sus votos.

Confiad en que la voluntad popular de poner el país en nuevas manos nos alejará del hundimiento tectónico y el fin del mundo predicho por los agoreros, porque los nuevos representantes – sean estos cuales fueren – no serán diabólicos ángeles exterminadores, precursores de la inmediata extinción de la vida humana, sino personas que merecen una oportunidad, porque no siempre lo malo conocido fue mejor que lo bueno por conocer.

DEL EXCESIVO RECATO TEMPLARIO, AL DESCARADO DESTAPE

DEL EXCESIVO RECATO TEMPLARIO, AL DESCARADO DESTAPE

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Contemplando el interior de la catedral salmantina con unos amigos en esta pequeña Roma, requirió nuestra atención una hermosa joven con mínimo pantaloncito y escaso sujetador, como únicas prendas de ropa protectoras del frescor que hacía en el templo, debido a las elevadas bóvedas donde se recoge el aire caliente emigrado desde el suelo al cielo templario por su menor densidad.

Esto es algo que no ocurrió con el peso específico de nuestra lívido que se mantuvo a ras de suelo sobre las losas graníticas del pavimento, casi tan pesadas como las babosas miradas que dedicaron a la chiquilla algunos de los penitentes que apartaron sus ojos del retablo para clavarlos en el cuerpo de la mozuela.

Esta pequeña ninfa semidesnuda en el templo, nos hizo recordar tiempos no lejanos, cuando el excesivo recato exigido por mandato eclesial obligaba a las mujeres católicas a entrar en las iglesias con medias tupidas, mangas largas, jerséis hasta el cuello y velos sobre la cabeza, como símbolo de humildad, sumisión y obediencia a Dios, acatamiento del que los hombres estaban exentos.

Recordamos con una sonrisa las palabras pronunciadas por un párroco salmantino mientras criticaba los escotes de algunas mujeres, amenazando con meter ahí mano el obispo y él, algo que otros colegas suyos hicieron realmente sin tener en cuenta la prohibición exigida por el voto de castidad.

Ya no hay respeto para los dioses – que son tres -; para las vírgenes, que se cuentan por cientos; ni para los santos, – contados por miles, amén los ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tronos y dominaciones, que están repartidos por altares de los templos, protegidos por ángeles de la guardia que los custodian.

DESDE LA INCREENCIA

DESDE LA INCREENCIA

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La Iglesia católica conmemora hoy la festividad de San Francisco de Asís, y muchos amigos y amigas me felicitan en el día de mi santo que yo agradezco sentidamente, aunque no celebro la onomástica desde que monté sobre el caballo que derribó a Pablo de Tarso el día de su conversión al cristianismo, abandonando quimeras en almohadas infantiles aquella jornada.

Como le sucedió al poeta de Tábara, a mí también me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos, creyéndomelos en la edad de la inocencia sin prevenir que tales creencias me llevarían a la incredulidad que mantengo desde que la razón me despertó del sueño que mecía mi juvenil ingenuidad.

Mis oídos han escuchado fantásticas historias de ángeles, demonios, resurrecciones, cielos, infiernos, condenas, perdones, dogmas y milagros, de suerte que la tierra donde algunos se pierden es conocida por mí hasta el último de sus rincones, desde que abandoné mi ciega credulidad adolescente en misteriosos misterios que negaba mi razón.

Deshinché la graciosa fe impuesta sin demandar esa gracia, la plegué cuidadosamente, la planché con la razón, la plastifiqué al vacío y la deposité en el cofre donde duermen el sueño eterno todos los cuentos, juntos al hombre del saco que se llevaba a los niños malos, igual que el infierno absorbía los pecadores.

Comparto la austera vida del santo que me da nombre, su vocación de hermanamiento, la prodigalidad de hacer favores, el tiempo dedicado a la meditación, la disponibilidad para la ayuda, el empuje solidario y algo menos su radical pobreza. Estoy alejado del resignado dolor sufrido por las llagas. Y nada me dicen sus estigmas, su fe y la santidad que le ha sido reconocida.

Para atender al vecino que sufre, defender al débil, ayudar al necesitado, luchar por la justicia, solidarizarse con los desafortunados y ser moderadamente feliz, no se precisan premios celestiales, ni absoluciones sacramentales, ni indulgencias plenarias, ni bendiciones apostólicas, ni amenazas infernales, porque basta con mantener la fe en el ser humano, luchar por un mundo más solidario y defender la vida en todas sus formas.

Con este equipaje en bandolera he sobrellevado las mareas anímicas, superado tempestades espirituales, suprimido disfraces, soportado golpes, olvidado traiciones personales, desentrañado falsas mentiras y esquivado encantadores de serpientes, pero también he reído hasta el llanto, amado sin condiciones, disfrutado de la vida y soñado con un mundo feliz, aunque sea tan irrealizable como la credulidad abandonada.

Hoy me consuelo mirando cada día los dos cipreses que planté cuando nacieron mis hijos, en la seguridad de que al emprender el gran viaje que a todos nos espera, ellos harán un mástil con su tronco para navegar por la vida, lo que me da fuerzas para seguir amando la vida que con ellos me espera junto a los que van de camino a mi lado.

A VECES NO AMANECE EL DÍA

A VECES NO AMANECE EL DÍA

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Sucede algunas veces que las tinieblas ensombrecen la vida sin previo aviso, secando los manantiales donde saciamos la sed cotidiana en fraternal mesa compartida, cuando algún comensal decide no acudir al banquete amoroso, como le ha sucedido a José, dejándonos el corazón tan roto como el suyo por un despreciable golpe de sangre que se lo ha llevado, abandonando la esperanza a la intemperie.

En días como estos, un aire gris amordaza los ruiseñores y circunda la cúpula nocturna del velatorio con un rosario inútil de cuentas errantes, hermanando el dolor y los recuerdos con puntadas de lágrima en la patena misericordiosa del amor, mientras los helechos bordean contornos del corazón, poniendo laureles en el pecho herido y sin latidos, al tiempo que el estiércol despliega prematuramente sus brazos de esparto sobre el difunto.

Son días en que muerte entenebrece la luz y huyen los geranios de las macetas a los regatos abandonados que discurren por las paredes fisuradas de las criptas, sin más oficio que llevar manojos de recuerdos de un lugar a otro.

Se humilla el breviario en el cítrico vacío de las rendijas funerarias y un certero manotazo hace rodar a los ángeles por el suelo, impidiendo creer otra verdad imposible porque la certeza prohíbe revertir el catecismo, cuando la redención carece de argumentos y la despedida total es firme certidumbre.

En días como estos, quisiéramos presentir la redención soñada y retomar el camino de la fe, pero la enorme espalda de la muerte cierra el paso a toda credulidad.

FIN DEL MUNDO

FIN DEL MUNDO

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Según el calendario maya, hoy se termina el ciclo de 394 años conocido como Baktun 13, que muchos han interpretado como el final del mundo. A esta creencia se añade la amenaza de que también colisionará hoy con la tierra el planeta Nubiru, para hacernos temblar, antes de enviarnos de un porrazo a la galaxia de Andrómeda.

Pero estad tranquilos, que nada de esto va a suceder, ni tampoco seremos juzgados en la corte celestial presidida por el Padre, ni nos separaran en diferentes destinos a los malos de los buenos, ni habrá resurrecciones masivas, ni otros cuentos por el estilo, predicados por diferentes doctrinas, ávidas de clientes temerosos ante la realidad de la muerte, que es el verdadero fin del mundo para cada uno de nosotros el día que la parca venga a visitarnos.

No existe fin del mundo global y en lote para toda la humanidad, pero sí tenemos reservado cada uno el fin personal que nos alejará del mundo, no de este mundo como dicen algunas creencias religiosas, abriendo las puertas a otro mundo de fuegos y tridentes, o de arpas y coros de ángeles, arcángeles, tronos y dominaciones.

La muerte de cada cual es el verdadero fin del mundo que tenemos reservado desde que somos concebidos en el vientre materno, sin esperanza real de ser enviados a otra vida en un mundo virtual, como viene demostrando la realidad desde que el primer mono bajó de los árboles y comenzó a moverse sobre dos patas.

AGRADECIDOS A LA IGLESIA

AGRADECIDOS A LA IGLESIA

Debatía amigablemente con un amigo sobre las fechorías perpetradas por la Iglesia a lo largo de la historia y la inverosimilitud de sus dogmas, sin poder convencerle con mis argumentos, sino todo lo contrario. Fue él quien logró llevarme al redil del Mal Pastor al persuadirme con su falta de razones de lo contrario que él pensaba y confirmar mis convicciones.

Uno de sus más firmes argumentos era que debíamos estar agradecidos a la Iglesia por el cambio  que había dado, pues hoy ya no quemaban a nadie en la hoguera, como le sucedió a la pobre María Pampana que ardió viva en la pira inquisitorial por comer una gallina en Cuaresma. Vaya, pues, mi agradecimiento por lo buena, generosa y santa que es la Iglesia. Me refiero a la Iglesia institucional, claro, no a la Iglesia Cuerpo Místico, ni a las nobles ovejas que pastan solidaridad evangélica, renuncia, sacrificio y entrega al prójimo, entre las que se encuentra, por ejemplo, mi querida sor Raquel.

No obstante, quedaron algunas cuestiones por aclarar que recibirán luz en próximos encuentros, como puede ser la necesidad de identificar ya de una vez el lugar donde está el cuerpo de la Virgen desde que María subió en cuerpo y alma al cielo, sin ayuda de propulsores que la sacaran de la órbita terrestre.

Quedamos también emplazados para hablar de los ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tronos, dominaciones, poderes, potestades, santos espíritus, palomas y demonios. También dejamos pendiente conversar sobre dogmas que repugnan a la razón y de otras cosas por el estilo que dentro de mil años serán vistas como los dólmenes y menhires  que hoy contemplamos los terrícolas.

Si el tiempo lo permite, le pediré igualmente que me diga dónde se encuentra el infierno y la forma de saber quiénes están allí, para hacerme una idea de los amigos que me esperan en tan cálido lugar, porque una vida eterna en solitario y ardiendo, estimula poco la espera y resulta escasamente placentero.

En resumen, voy a pedirle que me aclare, explique y justifique, aquello imposible de entender, aclarar y razonar, fuera de la fe que todo lo justifica, demuestra y evidencia, por muy irracionales que sean las verdades que defiende.

¡Ah!, se me olvidaba: quien esto firma fue monaguillo, catequista, comulgante diario, predicador en iglesias, profesor de Cursillos de Cristiandad, ponente en jornadas eclesiásticas y lector empedernido de Caffarena, Rahner, Cardedal, Sobrino, Miret, Alegría, Llanos, Arias, Roncalli, Jaspers, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo el de Tarso y muchos otros, en tiempos pasados.