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EL SILENCIO DE LOS PASOS PERDIDOS

EL SILENCIO DE LOS PASOS PERDIDOS

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Deambular sin prisa, ni rumbo fijo, ni argumento previo, por senderos salmantinos cultos y escondidos, es preludio de insospechado encuentro con el eco silencioso de los pasos perdidos, almohadillando pensamientos indiferentes al azogue diario de la impaciente celeridad laboral, donde el vértigo cierra las compuertas a la reflexión que fluye laminarmente en la penumbra de las callejuelas empedradas.

Es el afán de divagación quien disloca la lógica y aletarga toda previsión continuista, acostumbrando al espíritu redentor a olvidar la ruta mortecina de la realidad que espera extramuros del antiguo recinto, donde las pisadas dejan huella en el granito y el eco de los pasos cincela imágenes inolvidable en la memoria de la piedra espiritual.

Vagabundear con el alma en bandolera sin miedo a convertirnos en estatuas de sal por volver la vista hacia lo irredimible, es camino de salvación, porque la esperanza sabe que todo es posible en el espacio redentor de sueños y quimeras, donde la paz se hace costumbre, la soledad compañera y el silencio grito anímico llamando a la concordia íntima de cada cual con la sombra que le acompaña en la vida retirada donde sobreviven un sabio fraile agustino, un vasco ilustrado, un gramático andaluz y un dominico jurista, junto a la santa.

PESADILLA SUBSAHARIANA

PESADILLA SUBSAHARIANA

LLEGADA CAYUCO A TENERIFE

Soñaban al sur del Sahara con tierras de promisión que alejaran sus estómagos de la hambruna, y con esa intención comenzaron a rodar miseria arriba hacia el imposible milagro, hacinados en trenes, carretas y autobuses, con el alma seca por soles desérticos y a la intemperie, bajo el siniestro vuelo de las aves carroñeras que acechaban, en espera de nutrirse con los muertos abandonados en el camino.

Desnutridos, agotados y somnolientos, cruzaron desiertos, vadearon ríos, se cobijaron en cuevas y comieron reptiles con hierbas de guarnición, hasta llegar a la frontera de la opulencia donde fueron desgarrados sus cuerpos en concertinas desafinadas y arrinconados como apestados en habitaciones con ventanas enrejadas donde el sueño redentor de la indigencia se convirtió en negra pesadilla de luto mortecino.

Su delito: nacer en el sur. Su ambición: sobrevivir. Su pecado: la ingenuidad. Su error: confiar en otros hombres. Su esperanza: comer algo cada día. Su destino: la pobreza. Su realidad: el fracaso en la redención de la injusta condenación a la hambruna, en un mundo con alimento sobrado para todos.

Con el alma astillada por la frustración tras el desmedido esfuerzo, son obligados a regresar frustrados a la choza de la que partieron junto a la desahuciada familia, certificando los verdugos la entrega de los descarriados, mientras en los foros del norte siguen los especuladores sin alma, discutiendo sobre la calidad del chocolate.

GABO Y EL OFICIO DE ESCRIBIR

GABO Y EL OFICIO DE ESCRIBIR

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Hoy se cumplen cinco meses de la ausencia física de Gabo entre nosotros, padre literario de la saga macondense que tanto nos ha deleitado y seguirá deleitándonos, porque su espíritu mantendrá la frescura de eternidad que la historia concede a quienes pasaron por la vida haciendo felices a los demás, como hizo García Márquez complaciéndonos con sus páginas.

Periodista de raza que interpretó fielmente la realidad sin aceptar imposiciones ajenas a la verdad, ya que fue Gabo novelista surgido de las redacciones periodísticas y escritor vocacional, reconociendo él mismo que en su memoria solo tuvo espacio el recuerdo de ser escritor antes de venir al mundo, siendo este el oficio que realizó desde la infancia.

Arte de jugar con las palabras, que García Márquez dominó como pocos lo han hecho, vertiendo la sinceridad del alma con tinta de cada día en las cuartillas y advirtiéndonos que el mayor problema del escritor es mentirse a sí mismo, porque cuando el autor se se engaña, miente al lector y la mentira nunca perdona, como él bien sabía.

También sabía, y así lo dejó dicho, que es más fácil atrapar un conejo que un lector; que cuando el escritor se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo; y que no debe obligarse al lector a leer una frase de nuevo, teniendo por norma no dar opiniones públicas, ni buenas ni malas, sobre sus compañeros de oficio.

Tal fue el legado que García Márquez nos dejó sobre el quehacer que le dio fama, honor y gloria eterna entre nosotros, antes de que la muerte arrojará al suelo de un manotazo el tintero donde humedeció su pluma los ochenta años que se dedicó al oficio de escribir.

VIVIR

VIVIR

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Existir no es igual que vivir, por mucho que el diccionario se empeñe en ello, ni vivir es habitar en algún lugar, obrar instintivamente, mimetizarse con el entorno, subsistir respirando o mantener diástoles existenciales por la inercia vital determinada en las células que conforman nuestro cuerpo.

Vivir es algo que se aprende viviendo, sin otra ocupación que vigilar cada instante para no dejar escapar momento alguno de sentir el latido de la vida en cada experiencia de nuestra personal e intransferible historia, compartiendo gozosos aconteceres y desgraciados sucesos con quienes nos acompañan y permitiendo que estos echen raíces en nuestra alma.

La capacidad de vivir –que no a todos acompaña -, es el gran misterio de la vida, el arcano oculto en las entrañas de lo imposible donde solo llega la fe inagotable en la redención de la anticipada derrota, cuando la realidad y el deseo se funden con perpetuos lazos de hermandad, haciendo posible la resurrección diaria ante los vaivenes de la propia vida.

Regalo es la vida, y placentero gozo vivirla, con la certidumbre de encontrar luna llena en noche negra, cuando emigran los luceros, las sombras se diluyen en opacos resplandores y la fe en la vida confirma el regreso del agua a los manantiales tras la sequía del infortunio.

SOMOS VEINTICUATRO ÁTOMOS

SOMOS VEINTICUATRO ÁTOMOS

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Al margen de las creencias personales y de la fe de cada cual, nuestro cuerpo está constituido íntimamente por partículas muy pequeñas formadas hace miles de millones de años, a las que hemos llamado átomos, algunos de los cuales llevan vagando por el Universo desde el famoso Bing Bang.

En cambio, desconocemos la ubicación y propiedades físico-químicas de la sustancia espiritual e inmortal que algunas religiones y culturas han dado en llamar “alma”, como principio esencial que protagoniza el dinamismo inconsciente, vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida.

Por otro lado, la intangible sabiduría humana se encuentra ubicada en un órgano corporal de unos quince centímetros de altura, veinte centímetros de largo y otros tantos de ancho, que pesa kilo y medio y tiene una superficie cortical de dos mil centímetros cuadrados, al que damos el nombre de cerebro.

Siendo las células fronteras de la vida y el escalón más bajo de esta, la bioquímica nos dice que los cientos de miles de millones de células que forman el cuerpo no son más que minúsculos ladrillos vivificadores que edifican la corpórea realidad humana utilizando solamente veinticuatro átomos, – y solo veinticuatro átomos imperecederos -, de los 110 conocidos hasta ahora.

Ellos son la materia que quedará en las cenizas del horno crematorio cuando nos incineren o en el lecho de las tumbas en el enterramiento, porque la igualdad de composición íntima de nuestro cuerpo nos identifica e iguala, socializando la realidad que somos, sin distinción de raza, patrimonio, sexo, color de piel, poder o ansia de eternidad.

DOMINIO DEL MIEDO

DOMINIO DEL MIEDO

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El poeta de Tábara llegó al andén de la estación término para tomar el tren hacia el gran viaje, llevando poca sabiduría en la mochila porque solo tenía certeza de las experiencias vividas, dejándonos como legado en sus versos que el miedo nos hace inventar los cuentos que nos duermen desde la cuna a la tumba.

Y tenía razón el farmacéutico al advertirnos del riesgo que corremos a sufrir una sobredosis de miedo que nos domine, paralice y debilite, doblegando nuestra voluntad y sometiéndonos a caprichos ajenos que nos impidan seguir nuestro camino, dejándonos sin capacidad de respuesta ante los dictados de la conciencia.

El miedo nos hace conformistas, cobardes y sumisos al misterio, por temor a ser apaleados en la plaza pública por una sociedad conservadora asentada en el diván de la indiferencia, que desprecia la inteligencia con igual desdén que arroja a la papelera un folio en blanco por miedo a emborronarlo con propuestas desalienantes.

El miedo a la verdad nos encadena, aunque sepamos por el evangelio laico que la verdad nos hace libres, pero también tememos a la libertad porque no sabemos qué hacer con ella ante las múltiples direcciones obligatorias que nos imponen quienes gobiernan nuestra temerosa voluntad.

Pero debemos saber que si perdemos el miedo a la reflexión personal alcanzaremos la libertad; si perdemos el miedo a la muerte lograremos conciencia plena de nuestra existencia; y si perdemos el miedo al miedo seremos complacidos con la felicidad de liberarnos de cuentos y cadenas, aunque terminemos la lucha con jirones en la piel del alma, por decidir ser dueños de nuestra propia vida.

EL TIEMPO

EL TIEMPO

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Los seres humanos somos pasajeros mutantes, animales bípedos limitados, contingentes, perecederos y ajustados al tiempo, como magnitud física que ordena los sucesos de nuestra historia personal en forma de pasado acontecido, inexistente presente y desconocido futuro que impaciente espera.

Es el tiempo nuestra gran limitación, quien pone límites a la vida, acota la existencia, enfría el ánimo, consuela desgracias irredimibles, turba la prisa por vivir, alimenta el olvido y promueve ficticios paraísos liberadores de la angustiosa eternidad que irremediablemente nos espera.

Sirve el tiempo de excusa a los negligentes que aseguran carecer de él para justificar sus incumplimientos, promesas y olvidos, cuando lo emplean en menesteres obligatorios o más complacientes de realizar por ellos, que los propuestos en compromisos voluntariamente adquiridos.

No ganamos tiempo cuando demoramos acciones inevitables; ni lo perdemos empleándolo en satisfacer placeres ocultos a los especuladores de minutos; ni gastamos en tiempo con el roce de estériles ocupaciones; ni lo apuramos cuando bebemos la última gota de momentos complacientes.

La eternidad del tiempo lo hace inmortal entre los mortales, por mucho que intentemos matarlo con pasatiempos que no hacen pasar el tiempo porque éste permanece inmóvil, mientras nosotros discurrimos por él con alma perecedera, arrugas en el rostro y fecha de caducidad en el reverso de la esperanza que se extingue en las agujas del reloj.

Compañero inseparable de nuestro peregrinar por la vida a golpes de felicidad e infortunio, el tiempo permanece inalterable en su balcón viéndonos pasar por delante de su casa incapaces de alcanzar el futuro que él contempla desde su atalaya y olvidando el pasado que con su vista alcanza.

Es el tiempo un océano donde sumergimos nuestra tersa piel al comienzo de la vida, permaneciendo en sus aguas hasta que la muerte viene a recogernos en patera, para llevarse a la nada un cuerpo viejo, arrugado, maltrecho, con cicatrices y cansado de luchar contra ciclones y tempestades, hasta caer vencido en el naufragio final nuestra vida.