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PELIGROSOS GAJES DEL OFICIO REAL

PELIGROSOS GAJES DEL OFICIO REAL

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El hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina, – a la sazón, abuelo del actual rey de España -, eligió a la joven inglesa Victoria Eugenia como esposa, simulando una bella historia de amor que terminaría en divorcio matrimonial antes de lo previsto, aunque durante años fingieran en el escenario público una convivencia marital inexistente.

La falta de hoteles en la capital del reino, obligó a Romanones a intervenir ante aristócratas y millonarios para que cedieran temporalmente sus grandes mansiones y palacios donde albergar a los invitados que asistieron a la boda real en la iglesia de los Jerónimos, el jueves 31 de mayo de 1906.

El suntuoso cortejo atravesó Madrid desde el Palacio Real al templo con Alfonso y Victoria en carroza protegida por una escolta de coraceros, cuando los conductores del carruaje enfilaron con los recién casados por la calle Mayor, sin saber que el anarquista Mateo Morral arrojaría desde el cuarto piso un envenenado ramo de flores con dos cajas de caudales en su interior, convertidas en bombas de fulminato de mercurio y ácido sulfúrico, que causaron 28 muertos y más de 100 heridos, 20 de los cuales quedaron ciegos, saliendo intacto Alfonso XIII.

La conmoción de la joven reina minutos después del atentado, contrastó con la aparente serenidad de su marido, que frívolamente comentó: “Son gajes del oficio de rey”, sin saber que le esperaba un gaje mayor a la vuelta de la esquina, el día 14 de abril de 1931, ni que uno de sus nietos sería pródigo en nuevos gajes reales, derivados de faldones, cacerías y parentelas, que harían temblar los monárquicos cimientos de la real casa.

SOY FROILANISTA

SOY FROILANISTA

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Fui, en principio, juancarlista por considerar que la monarquía no tendría mucho futuro con un rey juramentado al Movimiento Nacional, saltándose a la torera la herencia dinástica que correspondía a su padre don Juan y, además, puesto en el trono por el General Franco. Pero me equivoqué.

Después me hice marichalarista al saber las andanzas del duque consorte, sin éxito en mis expectativas porque lo fumigaron sin plenas narices, fundiendo su estatua de cera en el destierro interior.

Más tarde, puse mis pretensiones en Letizia, pero su plegamiento sumiso a la corona, la profesionalidad inoculada por la suegra y el tirón de bridas que le dieron en protocolo, me obligaron a borrarla de la lista.

Fue entonces cuando surgió inesperadamente Urdangarín con la guadaña de la ambición en la mano dispuesto a segar monarquía, pero todos los miembros de la “Casa” saltaron a tiempo levantando los pies del suelo para librarse del corte, incluso su infanta esposa que nunca ha saltado a la comba.

Pero me queda Froilán de Todos los Santos, con sus demonios todos metidos en la médula de los huesos, para depositar en él las esperanzas, y ¡vive Dios que éste tipo no fallará!

Quien ya de pequeño se dedicaba a patear en iglesias a sus coleguillas y con trece años se pega un tiro en el pie, es un chaval con futuro, que emulará las hazañas de don Ernesto, aunque Hannover quede lejos de Zarzuela.

Esto es lo que importa, porque lo demás son tonterías.

Que la ley prohíbe el empleo de armas de fuego a menores de 14 años, no importa. Ahí está el abuelo para decir urbi et orbi que la justicia es igual para todos, ¡faltaría más!

Que, para la abuela, “con los niños siempre pasa eso”. Por supuesto. Todos los peques menores de catorce años manejan armas de fuego y se disparan a los pies, sobre todo los que tienen el pedigrí de Froilán.

Que la penuria real les impide abonar el copago en los hospitales públicos, pues a una clínica privada, que sale gratis.

Sólo preocupa que en el próximo despiste del niño se lleve por delante a Federica, como hizo el abuelo con su hermano Alfonso de forma involuntaria en 1956, mientras jugaban ambos con un revolver en el desván de la casa portuguesa.