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ASALTO A LA VIDA

ASALTO A LA VIDA

Un centenar de seres humanos procedentes de la hambruna han saltado la doble valla concertinada que limita el norte del sur en territorio africano español, besando con reverencia el suelo conquistado tras jornadas incansables de caminar huyendo del maldestino en que la fatalidad los dejó abandonados al pairo de la vida.

Asaltos que no detendrán las vallas europeas, ni los muros mejicanos, ni las tempestades mediterráneas, ni las muertes incesantes de las pateras, porque cuando las personas no tienen nada que perder están dispuestas a perderlo todo por conquistar un mundo donde se discute la calidad del chocolate mientras los asaltantes se muerden los codos de hambre.

Para comprenderlos es preciso poner el oído en su pecho y escuchar los latidos de su alma exiliada y el desgarrado grito silencioso de la soledad que les acosa con voz ronca de queja resignada y dolorida por la marginación y el desamparo, poniendo al descubierto la huella de las espuelas que el jinete de la miseria deja en su quebrada existencia.

Inmerecido destino del azar que se entretuvo en cuna de terciopelo, mientras la lluvia destilada en las chabolas maldecía el futuro de estos desesperados, humedeciendo con lágrimas enrojecidas el llanto enjaulado en la impotencia de quienes no han cometido otro delito que nacer al sur de la opulencia.

REPARTO AFRICANO

REPARTO AFRICANO

Unknown

Hasta 1877 no se disfrazó el imperialismo europeo con falsos ropajes de camuflaje para ocultar la dominación económica, el abuso político, la influencia militar y la explotación humana, pero llegada la hora del reparto se produjo la “disputa por África” que puso un importante grano de arena en el inicio de la primera gran guerra.

El imperialismo que se impuso entre 1880 y 1914, al comenzar la Primera Guerra Mundial, llevó a los países europeos a repartirse el continente africano,  con franceses, ingleses y alemanes la cabeza, secundados por los vecinos italianos, portugueses, belgas y españoles.

Usurpación que se hizo sin contar con los propietarios de las fincas ni pedirles permiso, regalándose los distribuidores a sí mismos decenas de países, como lotes de una tómbola, pero sin gastar un duro en papeletas y manipulando en las mesas de negociación el sorteo de aquellos lotes de dominio.

Las naciones europeas se repartieron 23 millones de km², incluidos los ciudadanos nativos que habitaban en ellos, con ventaja para cinco naciones, pues el Reino Unido tomó el 30% de la población bajo su control, entre los que estaban 15 millones de nigerianos. Francia se llevó el pellizco mayor de territorio, pero gran parte del mismo era desértico. Y España se conformó con el regalo del Sahara Occidental, Rif, Cabo Juby, Sidi-Ifni y Guinea con Rio Muni y Fernando Poo.

Las compañías explotadoras se transformaron en Sociedades para el Desarrollo del Comercio y la Civilización; los explotadores en Promotores del Mundo Subdesarrollado; y las empresas especuladoras en Entidades Filantrópicas; declarando solemnemente los nuevos propietarios del territorio que su intención era aumentar el bienestar moral y material de las poblaciones indígenas.

Pero nadie habló de minas, café, oro, diamantes, cacao, fosfatos, petróleo, estaño, marfil, caucho, arte, madera, fibras textiles y toda la riqueza de un continente con recursos suficientes para no estar hoy en el tercer mundo si el todopoderoso primer mundo se lo hubiera permitido.