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CONFIDENCIAS DE MADRUGADA

CONFIDENCIAS DE MADRUGADA

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Quisiera describir las placenteras sensaciones que me acompañan cuando escribo páginas en silencio, recogido en la amparadora soledad del escritorio, mientras todo descansa, la prisa duerme junto a los libros que me acompañan, el ajetreo no ha pedido cita y la luz del amanecer espera impaciente su turno para iluminar con su resplandor la jornada.

Pretendo expresar lo que siento en momentos como este, frente a la pantalla del ordenador, a la tenue luz de una vela de Adviento que vela mi ensueño y proyecta la sombra de una rosa sobre la estantería, pero no es posible porque el diccionario se niega a ofrecerme las palabras que necesito para ello.

Desearía explicar el bienestar que me acompaña, nirvana espiritual que libera el sufrimiento siempre acechante, oasis de cada día donde me recreo jugando con las palabras para arquitecturizar madrugadores párrafos estremecidos, bálsamo humectante de la impenetrable aridez de la vida.

Paciente distracción literaria frente al ordenador y en estado de alerta a la espera de que pase por delante de la pantalla la inspiración de una idea y el orden del vocabulario me alcance, porque las frases no se mantienen unidas armónicamente por sí solas, sino a golpes de esfuerzo, intentonas baldías y selección dudosa de términos entre un ramillete de vocablos con iguales méritos para figurar en lo que pretendo escribir, evitando que la monotonía, el descuido, la vulgaridad y el aburrimiento, se acomoden entre los renglones.

CARTA A UNA MUJER CON VERDOR PERENNE

CARTA A UNA MUJER CON VERDOR PERENNE

Unknown

Nostálgica amiga:

Te escribo para cerrar la conversación que abrimos hace días, cuando me manifestabas tu desconsuelo por el deterioro físico que los años habían provocado en tu piel, surcada por arrugas como desfiladeros, “código de barras” sobre el labio y patas de gallo avencindadas en tus ojos.

No te alarmes, mujer. Si la mano diáfana de Venus agita el péndulo del reloj y cruza las saetas de su esfera en la aurora azul del venero inagotable, es porque años nuevos te esperan para contemplar la chispa que destella en el reflejo silvestre del iris inmaculado, donde la edad no llega.

La esperanza abrirá un espacio en el surco de la frente que coronará de nuevo el azahar y el espíritu vivificador deportará las arrugas al soplo del viento enamorado, si mantienes el blanco aliento de inviernos titilantes en convivencia amorosa con verdes primaveras.

Lucha por el dominio de la seda cenicienta sobre el brochazo áspero de la irredimible melancolía y no permitas que el otoño remonte el vuelo sin llevar contigo un ramillete de esperanzas, ni que la negrura cuaresmal de tu vida se sobreponga a la festiva alegría del adviento que te espera.

Evita que la altivez profana de los calendarios se cuele de rondón en tus horas bajas, haciendo que los flecos deshilachados de humo negro rompan la estética de los manantiales, y conseguirás que en ellos se aloje el renacimiento de la vida que te espera cada amanecer junto a las flores de tu balcón.

¿No me crees, amiga? Pues entonces presta atención a los vidrios refulgentes que custodian los racimos, ahogando en el fruto de las vides el esfuerzo inútil de las grietas por alojarse en la piel de las uvas, y evitarás aturdirte el día que el armiño descienda de las cumbres a sus sienes juveniles.

Pero no te preocupes, mujer: el rostro que conquista la pupila enamorada, es invencible y a ti te sobran pretextos para el amor.

PEQUEÑOS PLACERES

PEQUEÑOS PLACERES

Hay quienes en la vida necesitan inéditas aventuras, exóticos paisajes, cruceros mediterráneos, comidas en el Bulli o nebulosos amaneceres junto al Taj Mahal, para disfrutar de la vida, y quienes gozan con pequeños placeres que están al alcance de cualquier persona con sensibilidad para disfrutarlos.

Me incluyo en este segundo grupo por vocación propia, convencido que la felicidad no se compra en ninguna taquilla ni el bienestar personal está en proporción al tamaño de la cuenta corriente, sino que depende de la capacidad de cada cual para descubrir insignificantes deleites de cada día.

Entre mis pequeños placeres cotidianos se encuentra beber un sorbo de agua fresca sin necesidad de que me acerquen el vaso a la boca con una pajita.

Caminar de un sitio para otro sin ayuda de nadie ni de nada.

Charlar animadamente con amigos compartiendo una botella de vino.

Recibir en el buzón un poema inesperado con dedicatoria personal.

Oír el agua nocturna que baja cantarina por los regatos en Candelario.

Saludar a la luz de madrugada en los carámbanos suspendidos en las fuentes.

Pasear descalzo por el borde del mar en una playa solitaria entre gaviotas.

Sentir el aliento del crepúsculo en la desembocadura de la tarde.

Leer poemas que nos dejó un tiempo de rosas en servilletas de papel.

Deleitar el entendimiento con una página literaria bien escrita.

Disfrutar los minutos de dulce inconsciencia que acompañan al despertar.

Desempolvar complacientes recuerdos de una fotografía en sepia.

Saborear fruta de un árbol prohibido en el reposo de una caminata.

Percibir la caricia enamorada recorriendo distraídamente la piel.

Calzar las zapatillas en casa tras una larga jornada de trabajo.

Desparramar el cuerpo en un sofá dejando volar sin rumbo la imaginación.

Seguir amando después de haber amado.

Recibir una llamada telefónica largamente esperada.

Contemplar en la penumbra  silenciosa una vela encendida en Adviento.

Oler el embriagador perfume de los jazmines en las noches estivales.

Sonreír con la risa explosiva y generosa de un niño que deja ver su alhelíes.

Agradecer a la radio la sorpresa de la canción preferida.

Comer un cuscurro del pan caliente recién cocido.

Refrescar el cuerpo con un baño reparador las cálidas tardes de verano.

Recibir el beso diario de mi mujer y nuestros hijos.

Escribir cada día en esta bitácora, especialmente hoy que abro mi ventana para que vuelen hacia vosotros estos pequeños tesoros de felicidad que justifican mi existencia y me hacen olvidar lo que ninguno queremos recordar.