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PRINCESA CONDECORADA

PRINCESA CONDECORADA

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La Princesa borbona de Asturias cumplió el pasado 31 de octubre 10 años – ¡Larga vida a Lehonor! – y su papá, el rey borbón Felipe VI le ha regalado como aniversario la Insigne Orden del Toisón de Oro, que todos los borbones han lucido en el pecho desde que comenzaron a borbonear en España.

No es baladí el obsequio del monarca a la hija de la periodista, porque con este paso la heredera real consolida su institucionalización como Princesa de Asturias y futura reina de mis hijos y nietos, si la historia lo permite contra la vocación republicana de los ciudadanos que niegan el derecho a heredar la Jefatura del Estado, exhibiendo el mérito de un parto real, aunque la mamá carezca de sangre azul y no sea hemofílica.

Tan singular regalo pretende dar continuidad a una vieja tradición iniciada en 1.429 por el Duque de Borgoña, Felipe III el Bueno, llegando actualmente a 1.200 los collares entregados por los monarcas, de los que tres de ellos fueron otorgados por el padre-rey a la Reina Isabel II, al Rey de Arabia Saudí Abdullah Abdulaziz, al ex presidente Adolfo Suárez y al francés ¡Sarkozy!

Ahora falta por saber qué día se le impondrá el Toisón a la heredera, porque su abuelo tardó cinco años en ver la insignia sobre el pecho y su padre “El Otorgador” no pudo lucirla hasta los trece años, con su fondo azul oscuro, como el de la bandera del Principado que ostenta la Princesa.

Cuando suceda la imposición, doña Lehonor, quedará protegida hasta su muerte por un carnero, el vellocino de oro, Jasón, Argo, Hércules, Prometeo y todos los borgoñeses que imaginarse pueda, en ceremonia medieval de corte feudal, que sonrojará a los españoles del próximo siglo.

INMERECIDA PENITENCIA

INMERECIDA PENITENCIA

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Escribo mi bitácora de hoy, dolorido por la terquedad de la condición humana en despreciar, abandonar, desconsiderar o arrinconar en vida a quienes compartieron con nosotros la existencia, llorando luego su muerte con desconsoladas lágrimas y arrepentimientos, por no haber hecho con ellos lo que pudimos hacer mientras estuvieron con nosotros.

La abundancia de elogios recibidos tras la muerte de quien más fue insultado, denigrado, despreciado y abucheado en este país, en el momento que más aplausos merecía, hace realidad el dicho familiar que censura tal comportamiento, afirmando que una vez muerto el vivo, de nada vale ponerle comida en el plato.

Quien fuera tahúr del Misisipi, ha resultado ser un jugador de póker honrado.

Quien fuera un obrero de la política, ha resultado ser el capataz de la obra.

Quien fuera un becario, ha resultado ser un experimentado profesional.

Quien fuera un inculto, ha resultado ser una enciclopedista.

Quien fuera un relaciones públicas, ha resultado ser jefe de protocolo.

Quien fuera intelectualmente débil, ha resultado ser un gran erudito.

Quien fuera un chapucero, ha resultado ser el mejor fontanero.

No seré yo quien elogie, defienda y exprese mi respeto y gratitud a Adolfo Suárez después de muerto, porque ya lo hice en tiempos de sequía para él y he seguido haciéndolo durante años, mirando siempre a sus grandes aciertos e innegables logros y olvidando los errores cometidos.

Pero esto no ha sido compartido por el “faltoso enano cavernícola” y el “revisionista escribidor iletrado”, que llevan el paso cambiado en una sociedad que camina hacia el sentimiento común de agradecimiento a un buen hombre, valiente político y gran estadista que pilotó con éxito el cambio de régimen en España, sorteando todas las piedras que le pusieron en el camino los terroristas, la oposición, muchos periodistas y sus ambiciosos compañeros de partido.