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TORTAZO, BOFETADA O PUÑETAZO

TORTAZO, BOFETADA O PUÑETAZO

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Los medios de comunicación han dado la noticia de la agresión sufrida por el presidente del Gobierno, calificándola de bofetada o tortazo, cuando en realidad se ha tratado de un puñetazo en toda regla académica, propinado por un intolerante visionario iluminado con propia vesania, al que salvarán de un castigo mayor sus diecisiete años.

Tortazo, bofetada y puñetazo, “ese es el orden, Sancho” que diría el de Tábara, porque el tortazo como bofetada en la cara es aclarado como golpe dado en el carrillo con la mano abierta, estando ambas calificaciones muy alejadas del golpe propinado en la cara a Rajoy por el «orgullosso» radical que le ha dado en el parietal con el puño de la mano, calificado como puñetazo por la Academia.

Nada hay que justifique una agresión personal en el mundo racional donde hipotéticamente vivimos, asistido por la razón que a todos nos define. Nada hay que disculpe una agresión, sea esta verbal o física, venga de donde venga y la practique quien la practique, confirmándose que el ejercicio de la violencia física pertenece al mundo de la sinrazón, pudiéndose calificar como irracionales a los sujetos que la practican.

Es fácil, pues, concluir que los seres irracionales que ejercen o promueven la violencia, deben ser excluidos de la sociedad donde habitan las personas racionales, sin miramiento de edad, oficio o parentesco, porque no hay violencia menor ni merece indulgencia quien se abre paso en la vida a puñetazo limpio, navaja en mano o con pistola en cartuchera.

BAJO EL DISFRAZ

BAJO EL DISFRAZ

Uniforme

El disfraz es un artificio que se usa para desfigurar algún objeto con el fin de que no sea reconocido, pero también son utilizados los disfraces en fiestas, saraos y carnavales para ocultar la identidad de las personas, facilitando el divertimento público, compartiendo la broma, confundiendo el sexo o desfigurando el rostro con monstruosas caretas.

A estas dos acepciones, añadimos una tercera que utiliza la Academia para definir el disfraz como simulación para dar a entender algo distinto de lo que se siente, con intención de advertir sobre las personas que se ocultan tras disfraces profesionales, obligadas a aparentar sentimientos diferentes a los que sienten cuando cuelgan el disfraz en el perchero.

Tal es el caso de quienes adornan el uniforme con puñetas judiciales, lucen en las mangas entorchados militares, exhiben mitras episcopales o cubren la cabeza con gorras policiales, todos ellos forzados protocolariamente a vestirse con ropa que les obliga a ser lo que pueden no ser realmente en zapatillas, bajo el disfraz.

Debajo del ropaje que impone disciplina al soldado, severidad al juez, santificación al prelado y obediencia al gendarme, se ocultan personas que sufren, sienten, ríen y lloran, como el resto de los mortales, cuando se bajan del escenario social tras cumplir sus funciones por razón de ley, orden o mandato, no siempre acorde con su conciencia.

Así, ocurre que muchos jueces firman con dolorosa resignación ciertas sentencias contrarias a su sentimiento personal cuando se despojan de la toga. Sufren los militares desuniformados por las muertes provocadas al apretar el botón exterminador con el uniforme puesto. Se avergüenzan los gendarmes ante el espejo doméstico por la represión ejercida contra los que piden trabajo, pan y justicia. Y lloran los prelados sus pecados tras las oraciones nocturnas arrodillados a los pies de la cama.

ROBAGALLINAS

ROBAGALLINAS

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La máxima autoridad judicial del país, don Carlos Lesmes, que preside el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, ha manifestado hace unos días que la Ley de Enjuiciamiento Criminal está «pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador», lo que supone una gran traba para la lucha contra la corrupción.

Quienes siguen este blog habrán comprobado las muchas ocasiones que he depositado mi confianza en los jueces, como únicos ciudadanos que pueden limpiar la mierda que nos invade, pero las palabras de Lesmes me han devuelto a la indeseable realidad de quienes me han llevado la contraria, porque sin leyes adecuadas ni recursos, los jueces tienen poco de hacer por la regeneración democrática del país.

El mandamás de la justicia se limita a constatar una lamentable realidad, pero evita decir qué acciones ha emprendido el jefe nacional de las togas para corregir la situación, ni si va a dimitir de su cargo ya que las leyes vigentes no le permiten aplicar la justicia en los términos que expresa con su denuncia.

Robagallinas es término que no figura en el diccionario de la Academia, pero que todos los ciudadanos del mundo entienden, sin necesidad de aclaraciones complementarias, aunque convenga poner de manifiesto la diferencia entre el robagallinas de los corrales que distrae un pollo para comer y el ladrón de guante blanco que vacía el gallinero ajeno sin moverse del despacho ni ensuciarse las manos.

Constatar el incumplimiento sistemático del artículo 14 de la Constitución al tiempo que la mayor Institución del Estado proclama su cumplimiento, produce una mezcla de ira y decepción difícil de explicar, al comprobar que la cuenta corriente marca la diferencia y pone límites a una justicia que debería ser igual para todos.

CABEZA TAJADA POR EL RAYO

CABEZA TAJADA POR EL RAYO

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Hoy cumpliría 92 años el madrileño poeta santanderino don José Hierro, perdón, Pepe Hierro. Ojeador de Juan Ramón, Machado y Salinas en sus primeros pasos, antes de entrar de hoz y coz en la poesía social, sumergiéndose en compromiso solidario hasta ahogarse por defender lo que en tiempos de dictadura era intocable para el régimen de la espada y la cruz.

Pepe fue detenido, apaleado y encarcelado cinco años por ayudar a presos políticos como su padre, ganándose luego el pan y el agua en Radio Nacional con su voz navegando por el aire de la piel de toro, y sobreviviendo a golpe de palabras escritas, en periódicos y revistas literarias con su crítica pluma.

No fue lo más importante para Pepe Hierro el asiento en la Academia, ni los doctorados honoríficos, ni el Premio Cervantes, ni el Príncipe de Asturias, ni las prestigiosas medallas honoríficas, ni la adopción cántabra, ni las calles con su nombre, ni las estatuas repartidas por las plazas, ni la Universidad Popular de un pueblo madrileño, ni el resto de galardones que recibió sin poner la mano, sino el talento, la humildad, el compromiso y la sabiduría, que le llevó a ser nombrado poeta del pueblo.

Incapaz de escribir un solo verso en su casa, buscó la inspiración entre el humo, bullicio y trasiego de cafeterías y rincones de tabernas, pidiendo a Machado que tachara de su agenda los nombres de Guiomar y Leonor, recordándole al presuntuoso dueño del mundo que no era dueño de sí mismo, viendo a España vieja y seca.

Con el desaliento prendido en sus redes, tuvo sueño, pasó frío y estuvo solo entre cuatro paredes, luchando para que nacieran flores en su país de niebla, redentoras de penosa amargura, pintando la vida de bellos colores para dejar espacio a su cabeza rodada, descolorida y tajada por un rayo de espada purificadora y piadosa.

Las cenizas de Pepe Hierro, fueron depositadas en el Pabellón de Hombres Ilustres de Santander, haciendo realidad su deseo: «Si muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar. Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar».