EL ABORTO Y LA IGLESIA

EL ABORTO Y LA IGLESIA

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Teorías filosóficas y opiniones científicas entremezcladas con propuestas de santos, han llevado a la Iglesia Católica de un sitio para otro desde hace 2013 años en relación con el aborto, considerando durante siglos que el feto no era persona, y mucho menos el embrión.

Los cristianos primitivos hacían caso a los estoicos y Empédocles, aceptando que el feto estaba en el útero como un fruto en el árbol, sin existencia propia, por lo que no debía considerarse sujeto moralmente significativo, a pesar de lo comentado por el hipotético San Pedro en su epístola apócrifa, lo escrito por Bernabé el amigo de San Pablo, o los testimonios de Atenágoras, Tertuliano y Basilio.

El mismísimo San Agustín admitía el aborto, al considerar que la animación del ser humano no era inmediata sino retardada, añadiendo que el aborto requería penitencia sólo como pecado sexual.

Ocho siglos después, Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que sucedía mucho después de la concepción, ya que como buen aristotélico afirmaba que el feto poseía inicialmente una alma vegetativa, luego un alma animal y finalmente un alma racional, cuando desarrollaba el cuerpo.

Resumiendo, hasta 1869 los teólogos consideraban que el feto no era un ser humano con alma humana hasta 40 días después de la concepción, lo que significaba que un aborto practicado antes de los 40 días no eliminaba una vida humana.

Fue a partir de 1917 cuando la Iglesia Católica estableció que el ser humano debía ser protegido desde la concepción, siendo Pío IX el primero que apoyó la idea, decretando en el Código Canónico que tanto la mujer que aborta como quienes la asistieran, serían excomulgados.

Por otro lado, la propia Iglesia establece que para ser persona hay que estar bautizado, recogiendo esto en el canon 96 del Código de Derecho Canónico: “Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos”. 

Actualmente, la Iglesia deja clara su postura a partir del 22 de febrero de 1987, cuando el Prefecto de Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger rubricó el documento Donum Vitae, afirmando que la vida de todo ser humano debía ser respetada desde el momento mismo de la concepción y nadie podía atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. Esto dice ahora la Iglesia.

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