DESPRECIABLES CAPRICHOS

DESPRECIABLES CAPRICHOS

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No es posible callar y no es bueno que callemos, cuando desde la ventana que da al patio exterior vemos la pobreza, oímos quejidos y sentimos escalofríos en la piel imaginando que podríamos ser nosotros quienes sufrimos la agonía del hambre en nuestros hijos, como lacerante espada que nos parte en dos por vesánicos caprichos de los depredadores que conducen a la hambruna.

Son tales caprichos, determinaciones arbitrarias no justificadas cuando se toman por antojo, que causan daño a las personas, librándose lo caprichosos de los daños ocasionados por los abominables caprichos que se toman, con la misma frialdad que un matarife sacrifica corderos en el matadero.

Porque macabro capricho es rearmarnos hasta los dientes con refinamiento de muerte y aniquilación, cuando bastaría con eliminar el gasto armamentístico para erradicar el hambre en el mundo.

Desigual capricho es poner quirófanos con flujo laminar a disposición de selectos enfermos, mientras otros se desploman a las tumbas desde las lista de espera en los hospitales, como insectos rodando por el suelo después de la fumigación.

Detestable capricho es obligar a las personas dependientes a ser independientes hasta que desaparecen, mientras los dependientes del trabajo ajeno siguen abusando de plusvalías y quienes dependen de la hucha ciudadana continúan ordeñando la vaca.

Execrable capricho es que algunos desahucios acaben en suicidios, cuando se trata de un simulacro de homicidio provocado por quienes lucen en sus carteras tarjetas con etiqueta negra, explotación roja, desvergüenza amarilla y militancia multicolor.

Reprobable capricho es eliminar folios y lapiceros de los juzgados; suprimir combustible y pan en los colegios; y cerrar plantas en hospitales, al tiempo que se mantienen sueldos, indemnizaciones y privilegios a los “cajeros” responsables de la tragedia.

Injusto capricho es la distribución de riqueza colectiva que permite medir esloras de barcos de recreo en kilómetros, cuando bastaría un metro para alimentar a los que mueren por no tener un mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Cincelemos, pues, sobre todas las lápidas que esperan inquietas los cuerpos de los depredadores, estas palabras como epitafio: “Aquí yace quien provocó lágrimas negras en ojos blancos enrojecidos por la sangre”.

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