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Día: 9 de noviembre de 2013

DOLOR FÍSICO

DOLOR FÍSICO

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Compiten cuerpo y alma en la partición desgraciada del dolor llevándose el primero la peor parte, porque el dolor del espíritu se reparte, puede hacerse participativo y consolarse con los sentimientos, afectos y palabras de quienes aceptan compartirlo. En cambio, el dolor físico, enajena, aísla y abandona en la intemperie a quienes lo sufren, dejándolos en manos de inservibles fármacos que contaminan la sangre y terapias analgésicas de escaso valor, exigiendo al enfermo hermanarse con el dolor y abrazarlo como fiel enemigo que usurpa la sonrisa.

Cuando el dolor convoca, es obligado acusar recibo del llamamiento, asistir a la cita, sentarse con él a la mesa y comer el plato amargo, tosco, trivial y humillante que pone delante, sabiendo que la indigestión está garantizada con esa paralizante coz que deja al enfermo con su dolor a solas.

La soledad de la persona dolorida es grande por la impotencia que el dolor genera en ella, por la frustración que la inhabilita para dar una respuesta eficaz y por su opacidad a los ojos de familiares y amigos, pues el dolor no puede observarse, ni medirse, ni prestarse, siendo lo más personal, intransferible e incomprensible que sufrirse pueda.

Cuando el suplicio se apodera del cuerpo del enfermo, hurta su voluntad, inhibe la capacidad de respuesta, niega la palabra, oculta la luz y paraliza el gesto, clavando su barbilla en el pecho y obligándole a entrecruzar los dedos pidiendo una explicación a tanto castigo inmerecido.

Sin indulgencia ni compasión alguna, el dolor traslada al doliente en parihuelas al verdadero país de nunca jamás, donde el llanto, la queja, el gemido, la desesperación, el lamento y las lágrimas, ocupan ese territorio habitado por condenados a la tragedia con su particular dolor a cuestas, porque nada hay más personal que el sufrimiento físico.