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Día: 25 de junio de 2013

VIAJAR

VIAJAR

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Un colega danés que coincidió conmigo en Bruselas, me preguntó irónicamente un día si con cincuenta años todavía viajaba, queriendo decirme que a esa edad ya tendría que estar cansado de viajar, y no le faltaba razón a este amigo. Confieso que me cuesta viajar a lo desconocido, después de haber rodado de un sitio para otro durante muchos años, hasta el punto que algunas veces al despertarme por la mañana tenía que pensar dónde me encontraba.

A medida que aumenta la edad, disminuye en mí la apetencia viajera por descubrir paisajes nuevos, pero se mantiene intacto el deseo de repisar queridas tierras, abrazar amistades duraderas, revivir entrañables recuerdos, entonar viejas canciones, desempolvar vivencias imborrables y colorear fotografías en sepia, llevándole la contraria a Ralph Waldo Emerson para quien viajar era el paraíso de los tontos, porque vagar por el mundo hace a los hombres discretos, como decía Cervantes, negando que los viajes sean la parte frívola de las personas serias, en opinión de la señora Swetchine.

Una patología viajera consiste en viajar por viajar, siendo un error confundir  desplazarse con viajar. En el primer caso se trata de un traslado similar al de la maleta donde se transportan los enseres. Viajar es conocer, curiosear, patear, empaparse, preguntar, digerir, aprender, dialogar, anotar y descubrir, negando así la topofobia unamuniana, que hace huir a los viajeros de su lugar de origen aunque vayan rumbo a la nada.

Evocando páginas dormidas, recuperado nostalgias perdidas, recreando el alma, reforzando amistades y recibiendo cálido aliento, he llegado un año más a Galicia para emborracharme de mar, pelotear La Zapateira, embriagarme de aroma salubre, visitar A miña casa, saborear zamburiñas, cegarme con atardeceres, pisar la lonja y recordar en Bastiagueiro los primeros pasos de un amor que ya dura cuarenta y siete años.