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Día: 5 de julio de 2011

AQUÍ UN AMIGO

AQUÍ UN AMIGO

Creo llegado el momento de presentar a un buen amigo, para que también lo sea de quienes pasáis la mirada por las páginas de esta bitácora, buscando en ella cuanto se nos niega en espacios donde la mentira ha hecho trinchera, el egoísmo domina, la indiferencia clava su estaca, se promueve la ignorancia, triunfa la vanidad y reinan las monedas.

Os ofrezco este amigo con honores de hermandad y espero que tenga en vuestra vida el mismo espacio que yo haré en la mía cuando vosotros me presentéis a quien siempre os acompaña sin reclamar nada a cambio, porque cada uno tenéis similar amigo al mío, aunque algunos no hayan percibido aún su roce.

Desconfío de la tradición oral recogida en el Talmud porque yo no me encontré conmigo mismo buscando a Dios, sino de forma espontánea y sin pretenderlo, el día ya lejano en que acepté sin remedio la compañía de mi otro yo hasta que la muerte nos separe a los dos, quedando él entre quienes me recuerden y yo flotando en cenizas por el aire.

Me sorprendo algunas veces hablando con este amigo, sin menguar la entrega y sinceridad que don Antonio guardaba al conversar con el hombre que siempre iba con él, ni demorar el tiempo que Borges pasaba conversando consigo mismo en el banco municipal ginebrino.

Diálogos que mantengo en los que me cuento aquello que nadie más que yo puede oír, recreándome en explicaciones innecesarias, porque conozco la narración tan bien como el cronista del hecho que a mí mismo refiero.

Algo de terapia deben tener estos coloquios a dúo unipersonal, porque tranquilizan el ánimo y ayudan a reflexionar en voz alta con el doble reflejado en el espejo, en el agua o en la soledad del silencio nocturno, cuando todo duerme menos el pensamiento que se mantiene despierto incluso en sueños de madrugada.

No he tenido amigo más a mano, ni mejor, ni más fiel en mi larga vida que yo mismo, como anticipó Pitágoras definiendo al amigo como el otro yo. Por eso, quienes más cercanamente me conviven no se alarman al verme en animada tertulia con el “otro”, ni atribuyen a trastornos identitarios disociativos  las reflexiones que hago en voz alta, cuando el íntimo recogimiento envuelve el aire donde quedan suspendidas las palabras.

Y si en algún momento hago a mi otro yo depositario de confidencias futuras que nadie sabe, es para que les dé vida cuando a mí ésta me falte, porque será él quien me sobreviva.

Este amigo embrida mis impulsos cuando la irritación por injusticias, corruptelas y mentiras, altera el pulso, y me dicta lo que no debo proclamar. Este huésped que me habita es quien alivia los desasosiegos si algo perturba el ánimo y desdibuja la esperanza. Él fue quien más alejó de mi vida los desgraciados días del abandono cuando la parca se empeñó en cerrar puertas y ventanas a un futuro imposible por tanto desamparo. A él debo el estimuló y fuerzas que he necesitado para seguir luchando y la sonrisa en el espejo, cuando el llanto era alimento huérfano diario.

Ha sido certero en el consejo, inflexible en la exigencia, tolerante en los errores, y crítico leal desde la cuna, sin clavarme espinas en el alma, pero obligándome a prometerle que no volvería a hacerlo, mientras me abrazaba dándole razones a Jaime para proclamar el amor a uno mismo como la más innoble servidumbre.